Instintos y distancias
Si alguna virtud ha tenido el pacto de Lizarra es la de esclarecer algunas cuestiones y la de desvanecer equívocos importantes. Lizarra descubrió la inmadurez política del nacionalismo vasco para articular una estrategia factible en la Europa del siglo XXI. Lizarra fue una plataforma para la comunión ideológica (¡con lo que se animan los nacionalistas comulgando!), pero incapaz de formular una alternativa política en positivo. Aquel pacto hizo desaparecer el discurso equívoco del PNV, que opta por deshacer su doble lenguaje y lo hace abrazando el secesionismo.
La tendencia electoral que marcan los últimos sondeos apuntan la pérdida de apoyo que el nacionalismo vasco sufre desde su marcha soberanista. El desastre de Lizarra y la tendencia electoral vienen a confirmar que fuera del Estatuto no hay salvación. Que esta sociedad plural y mestiza (¡y a cualquier cosa ya le llaman mestiza!) está razonablemente correspondida en su articulación política por el Estatuto de Autonomía, en coherencia con la Constitución española y que toda reformulación posible parte de ese marco.
Pues bien, ante los posibles cambios electorales que indican los sondeos no debieran caber precipitadas decisiones o aventurados apuntamientos. Atutxa habla de reencuentro con el PSE, Jáuregui medita en voz alta. Pero en estos dos últimos años la situación y los comportamientos se han alterado profundamente. El distanciamiento entre el PNV y el PSE sólo es comparable al que se dio en 1932, cuando el PNV ensayaba con monárquicos y fascistas un golpe de estado a la República. La relación del PP con el PNV nada tiene que ver con la luna de miel que Cascos organizó en la anterior legislatura. La situación ha variado sustancialmente. El discurso del PNV, si cabían dudas, dejó hace tiempo de ser estatutario y se cuajó de perlas fascistoides, racistas, xenófobas, y victimistas (los Rh que dan vergüenza ajena, la apología endogámica, obsesiva y sectaria del euskara, para futura hecatombe del euskara, y el siempre esgrimido victimismo que ya aburre, como la EITB).
El discurso del PSE es más serio que hace dos años. La salida del Gobierno y el acoso terrorista le han madurado. Tras una larga experiencia de 12 años de colaboración en el Ejecutivo con el PNV (para que le vengan ahora a dar lecciones de diálogo) el resultado no fue la paulatina lealtad del jeltzalismo con el sistema, sino todo lo contrario, que se fue a pactar con ETA y HB. Pero el PSE corre el riesgo, como la bondadosa y verdadera madre ante Salomón ante la pécora y falsa madre, de hacer cualquier sacrificio por su hijo querido, el Estatuto, cedérselo a la pécora. O ganarse el favor de Salomón yéndose con él a la cama. Sin la necesaria reflexión, impelida por el amor e instinto de madre, de que un niño cedido de esa manera nunca es bien tratado, o que utilizar artes de lupanar acaban repercutiendo de mala manera en la criatura.
Va a resultar cierta la dificultad de establecer una mayoría estable de Gobierno tras las elecciones, aunque deseemos fervientemente que las cifras de escaños lo resuelva. Pero habría que huir como de la peste de la componenda precipitada, hija del pragmatismo impúdico, que no sepa percibir las consecuencias del día siguiente. Reflexión, máxime, cuando desde las filas del PNV anuncian que se volverá a proponer de nuevo como candidato a Ibarretxe, personificación pública de la legislatura más bochornosa y del discurso francamente selenita. Este anuncio no favorecen futuras coaliciones democráticas, porque atrae el fantasma de Lizarra. Y además, porque el PP sigue con su lógica de apisonadora, conservadora, pero democrática, y decididamente preferible a cualquier concepción de izquierdas que sea reaccionaria.
Pues bien, si el PNV tuviera la feliz idea de pensar en otro candidato (y que no pongan otro peor, que lo tienen), y el PP empezara a tener una cierta elegancia con sus adversarios (a la vez que la empieza a usar con sus aliados), y el PSE mantuviera presente que fue vendido a cambio de de EH (sin necesidad de rememorar Santoña), posiblemente el 2001 no sea aún peor que el 2000. ¡Feliz 2001!, ¡feliz siglo XXI!
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