Reinsertarse con los abuelos
Presos de Basauri y Nanclares acompañan en Navidad a los aconcianos de un centro de Vitoria
La Navidad ha cambiado las vidas a quince reclusos de la prisión vizcaína de Basauri y la alavesa de Nanclares de la Oca. Los internos, que en su mayoría se encuentran en régimen de segundo grado, han sentido con alivio el aire gélido de las calles principales de Vitoria, mientras paseaban junto a alguno de los 156 ancianos de la residencia pública de San Prudencio.Esta experiencia innovadora comenzó el pasado día 24 y concluye hoy de la mano de la Fundación Adsis, una agrupación de voluntarios que desde 1993 promueve cada fin de año y en verano este encuentro entre dos colectivos con ganas de ayudarse entre sí. "Se trata de prepararles desde la libertad para la libertad, porque en la cárcel es casi imposible hacerlo", explica Javier Muñoz, educador social y coordinador, junto a Teresa Peña, de este programa denominado Adsis Bestalde, que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación foral de Alava.La convivencia de los presos en el interior de la Residencia San Prudencio aparece determinada por un conjunto de normas básicas, como la prohibición de ingerir alcohol o la obligatoriedad de cuidar la presencia física. El compromiso de guardar estas normas tendrá que ser suscrito, a modo de protocolo, por los reclusos participantes, los diez voluntarios de Adsis que permanecerán a su lado o el director de la residencia, Ramón Churruca. Su vulneración impide seguir colaborando. Pero en todo caso, la renuncia suele partir del propio afectado, porque "de la misma forma que no se obliga a nadie a venir, tampoco a irse", asegura Javier Muñoz.
"No les preguntamos nada de su pasado"
Los internos madrugan cada día para subir a una furgoneta que les traslada desde Basauri y Nanclares a la residencia de la tercera edad y a última hora de la tarde regresan a prisión para dormir. En ambos vehículos se funden con una decena de jóvenes de Adsis, y es entonces cuando de verdad recuperan la libertad perdida. "Los ancianos no saben quiénes son los presos y quiénes los voluntarios. Algunas veces nos dicen: 'Espero que las próximas navidades las paséis en casa", cuenta Sonia Vicente, voluntaria de Adsis de 23 años.Un calendario ordena las tareas que se desarrollarán con los mayores. La fiesta del Olentzero, la misa diaria, los talleres de cocina, donde se guisan tartas que luego se degustan entre todos, o las horas de manualidades sacan de la rutina a los ancianos y dan una razón a los presos para sentirse útiles. Teresa se muestra convencida de que estas actividades son sólo "disculpas para sacarles [a los ancianos] de la habitación". "Lo importante es compartir, animarles, estar con ellos", dice.
Los residentes en San Prudencio agradecen la entrega con que les sorprenden cada Navidad estos grupos. La vallisoletana Julia San José nunca pensó que a sus 90 años aprendería a pintar cuadros y a trabajar el cuero, cuando no lo hizo de joven. "Son unos chicos muy majos y muy cariñosos. Nos ayudamos mucho todos y nos gusta mucho que vengan. Pero no les preguntamos nunca nada de su pasado, porque no nos incumbe", confiesa.
La ayuda es recíproca. Y es que no siempre es fácil vivir encerrado. Rafael, vizcaíno de 45 años y con una condena de 27 a sus espaldas, permanece recluido en segundo grado en Nanclares desde hace un lustro, y confía en que el bien que pueda hacer en la residencia le devuelva un poco de la confianza quebrada. "No todo es malo. Quiero que mi experiencia sirva de algo. Está bien si puedo aportar algo y, de paso, me sirve personalmente". En este lustro que lleva sin poder estar en casa, junto a su mujer y sus cuatro hijos, ha aprendido que "nadie está libre de estar en la cárcel". Hasta hace cinco años, su vida era la de un hombre felizmente casado, con cuatro hijos y una pequeña empresa de pinturas en propiedad. No tenía antecedentes penales, ni consumía drogas, ni se buscaba líos. La mala fortuna hizo que una tarde se viera envuelto en una pelea y que por culpa de un golpe maldito un hombre cayera muerto.
La Sociedad Española de Geriatría concedió hace varios meses el premio a la comunicación intergeneracional a este programa de visitas de Navidad y verano a San Prudencio. El cuidado de los ancianos es sólo un apartado del plan de reinserción Adsis Bestalde, que organiza además grupos de autoayuda en las cárceles. El primer paso comienza cuando los propios presos se ponen en contacto de forma voluntaria con Adsis y les hacen partícipes de su deseo de prepararse para el día de su salida. Por ello, Instituciones Penitenciarias sólo permite que acudan a la residencia de ancianos a aquellos que previamente han sido propuestos por esta organización.
Igor Guede es otro ejemplo. Una adicción a la cocaína condujo a prisión a este chaval de 26 años. Tras una estancia de tres años en Nanclares y otro en un centro de día de Proyecto Hombre, se encuentra ahora en tercer grado en Basauri, desde donde aguarda una inmediata puesta en libertad. A punto también de reiniciar su vida laboral, Igor ha decidido asistir a San Prudencio, porque "es una satisfacción personal, saber que puedes hacer algo bien por los demás".
La relación entre ancianos y voluntarios puede alcanzar un grado muy íntimo. La animadora social de la residencia, Olga González, todavía recuerda el "recelo" con que algunos trabajadores veían en 1993 la llegada de los internos, aunque los mayores nunca sintieron desconfianza. Al contrario, su presencia ha despertado en algunas ancianas un sentimiento de protección natural. "Estas mujeres son muy madrazas. Quizás algunas hayan perdido ese rol de madres, pero con ellos lo vuelven a recuperar. Ellas les escuchan, les aconsejan y les hacen caer en la cuenta de que no deben volver a cometer aquello que hicieron mal", detalla.
El intercambio de cartas a lo largo del año ha sido el eslabón elegido por algunos para mantenerse unidos. Pero otros han ido todavía más lejos. Hace varios años, una antigua reclusa de Nanclares se presentó con una caja de pastas en San Prudencio el mismo día en que fue puesta en libertad, para celebrarlo con las ancianas de la residencia antes incluso que con su propia familia.
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