Mil imágenes de un dictador
A la generación actual nos resulta difícil entender la dimensión de un acontecimiento sin su correspondiente fotografía. Las mil imágenes (es un decir) de la recién publicada Fotobiografía de Franco son ejemplo claro del poder adquirido por el lenguaje audiovisual. Su autor, el historiador Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1945), con una excelente selección de fotografías nos descubre, desde un punto de vista crítico, la vida del dictador. Una epopeya gráfica que a veces causa temor por los recuerdos que acarrea y que se manifiesta dramática y también esperpéntica. Los breves textos que acompañan las imágenes incorporan toques irónicos capaces de sacar una sonrisa, pero ésta se borra brúscamente ante la cruel vulgaridad del personaje que representan.Resulta complicado hacer una sinopsis de la actividad intelectual de Fernando García de Cortázar. Catedrático de Historia en la Universidad de Deusto, de reconocido prestigio internacional, con innumerables publicaciones, no es la primera vez que en su pasión por divulgar la historia recurre a los documentos fotográficos como una disciplina de impacto inmediato, capaz de conmover las mentes más obtusas y generar de emociones difícil de conseguir de alguna otra manera. Así, en su magnífico España 1900, resultado de una exhaustiva búsqueda en fototecas y archivos, nos presenta con belleza y precisión icónica un periodo de años que discurre entre 1898 y 1923.
Ahora, con un criterio más interesado en lo documental, también con derivaciones envueltas en una sugerente estética, navega por las negras aguas de los cuarenta años más tristes de la historia de España en este siglo XX. Fija su mirada en el controvertido Francisco Franco Bahamonde. Una etapa que parece quieren repetir ahora algunos empecinados para el País Vasco, en su obsesión por negar el derecho a la palabra a quien no sea de su opinión. La fotobiografía en cuestión presenta en su portada el conocido retrato de Ramón Masats, en el que Franco se tapa la boca y la cara con el folio de un discurso que lee ante tres micrófonos. El libro se abre y el personaje se presenta dando indicaciones (órdenes) desde una trinchera de sacos terreros durante la guerra de Marruecos. A continuación, después de presentarle de bebé en brazos de su madre, dejando vacíos los años de juventud, aparece a toda plana un arrogante oficial de infantería. En la pose, su mirada amenaza y el rictus de sus labios es premonitorio de soberbia.
Así, página tras página van desfilando distintos momentos de quien se autoproclamó caudillo. Desde sus pinitos militares al abrazo con sus amigos legionarios. De su boda con la señorita María del Carmen Polo, donde luce sonrisa de lazo, a la inusitada ternura que muestra en una estampa con su hija. La guerra civil, sus paseos por ciudades vencidas, sus baños de multitudes van llenando el álbum fotográfico. Como un goteo constante van apareciendo sus amigos dictadores. El fascista Mussolini, Hitler en Hendaya, el traidor Petain en Montpellier y, para rematar el listado, Pinochet le acompaña en su funeral. Las fotos son testimonio de su trayectoria. Sin temor al ridículo, con el talante de un déspota que gobierna España como finca de su propiedad, el represor de los mineros se hace fotos en los pozos de carbón con un traje blanco impoluto. La Universidad se obliga a rendirle pleitesía y son varios los campus que le nombran doctor honoris causa. Un titulo que recibe con ridículas gafas bifocales que buscan cierto tono intelectual muy poco conseguido.
Se trata de un recorrido fotográfico recomendable, salpicado por textos breves sin desperdicio. Con ellos se llega a las entrañas de un régimen donde el saludo fascista era de obligado cumplimiento y salpicaba espectáculos como el fútbol, donde los jugadores recuerdan, dice el autor, "imaginarias escenas del circo romano con los atletas prestos al sacrificio".
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