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Amores y amores

Mucho han cambiado las cosas en Cataluña desde el no tan lejano 92, cuando Xavier Rubert de Ventós, con unos pocos, entre los que se encontraba un hijo del presidente de la Generalitat, aquel que corría por las carreteras con el cartel sobre sus espaldas de "Freedom for Catalonia", organizaron un acto paralelo independentista en las Ruinas de Ampurias, con motivo de la arribada de la antorcha olímpica.Eran los tiempos en que el presidente Jordi Pujol aleccionaba a sus partidarios para que aplaudieran a rabiar en el estadio olímpico a los nuevos y diminutos países del Este surgidos de la débâcle comunista; cuando a Joan Colom, secretario de ERC, se le llenaba la boca con sólo pronunciar el nombre de Cataluña, y no digamos ante el grito de rigor: "Visca Catalunya lliure". El tiempo, para muchos catalanes, no había transcurrido desde aquel remoto 1931, cuando el presidente Macià salió al balcón de la recién proclamada Generalitat al grito de "Catalans, Catalunya".

Ahora, el pintoresco Colom ha sido expulsado de ERC y sustituido en la secretaría general por el más pragmático Carod Rovira, quien ha arrinconado la idea de independencia, eje ideológico del partido hasta entonces, sustituyéndola por la mucho más ambigua de soberanía, y aun ésta podría ser postergada a un futuro lejano con tal de entrar en el Gobierno convergente de la Generalitat. Mas aun así, teniendo en cuenta que casi un 40% de los votantes de CiU se siente tan o más español que catalán, frente a sólo un 19% que se considera únicamente catalán, el bueno de Carod ha sido despreciado por el presidente Pujol, quien prefiere aliarse con el PP con mayoría absoluta en Madrid, que puede, tal vez, proporcionarle mejoras económicas para Cataluña de inmediato. También Pilar Rahola, otrora musa del independentismo catalán y lugarteniente de Colom, y hoy más próxima a Maragall, acusaba en un artículo reciente al nacionalismo convergente de estar alejado de la calle y de los problemas de la juventud -empleo, ampliación de la ley del aborto, mantenimiento del Estado de bienestar, guarderías y enseñanza gratuita y pública- y arremetía contra la Cataluña de folclor obnubilada por las leyendas históricas entre amañadas e inventadas por el nacionalismo romántico de mediados del siglo XIX, en el que la cultureta de Convergència ha gastado tantas salvas.

Las tesis de Pasqual Maragall son las más cercanas a la sensibilidad política actual de los catalanes. Su ideario basado en la España federal, reconocida por el PSOE y aplaudida por su nuevo secretario general, Rodríguez Zapatero, es bastante similar al de la República Federal Alemana. Los länder germánicos tienen voz y representación en Europa, a la que tendrían que acceder Andalucía y las tres nacionalidades históricas: País Vasco, Galicia y Catalunya. Su autonomía administrativa es el quid de la cuestión. Los catalanes deben administrar su propio patrimonio sin que ello no signifique ser solidarios con el resto de España. El agravio fiscal comparativo con Catalunya, exagerado por el nacionalismo plañidero de CiU, es una realidad reconocida por todos que está paralizando su propio desarrollo. Un ejemplo flagrante es la política de infraestructuras: la discriminación del aeropuerto de El Prat, al que aún hoy se duda si tendrá acceso el AVE, frente a las multimillonarias inversiones en Barajas, las urgentes inversiones en el puerto de Barcelona aún sin concretar, amén de las autopistas de pago en Catalunya frente a las autovías gratuitas del resto de España. En el ranking de las ciudades preferidas por los inversores, Barcelona, pese a todo lo dicho, ha subido un puesto, del séptimo al sexto, mientras Madrid ha pasado del decimoséptimo lugar al séptimo gracias a la política centralista del Gobierno del PP, que quiere hacer de la capital del reino un París o un Londres, a costa de sacrificar a Barcelona. En este sentido son significativas las voces autorizadas entre el empresariado catalán responsable que se han alzado a fin de señalar el peligro para la Ciudad Condal de persistir en esta política que puede en pocos años convertir a Barcelona en una ciudad provinciana de ocio y servicios.

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La política cultural corre pareja a la de infraestructuras. En política museística, la comparación entre Madrid y Barcelona es abismal, y las cifras están ahí, publicadas en todos los diarios. Es indignante el desamparo por parte del Estado de los dos museos emblemáticos de Barcelona. Y si hablamos de ópera, las inversiones millonarias y sin sentido del Real frente a las cicateras del Liceo, tratándose del primer coliseo de España. Sin contar con el último escándalo tras el de la telefonía móvil: la concesión a dedo y a Madrid de las dos únicas licencias de televisión digital. Nuestro futuro mediático ha sido entregado en bandeja a dos agrupaciones afines al Gobierno encabezadas por El Mundo y Abc, dejando en la estacada, luego de haberles dado todo tipo de promesas, al grupo catalán La Vanguardia-Planeta, el de más recursos técnicos y económicos.

Barcelona dio una lección de civismo a toda España en la multitudinaria manifestación por el asesinato de Ernest Lluch a manos del nacionalismo radical al pedir diálogo a todas las fuerzas políticas democráticas sin exclusión para acabar con el terrorismo de ETA.

Los soberanistas deben saber de una vez por todas que en la España democrática no tiene cabida la confrontación violenta, el coche bomba o el tiro en la nuca, pues bastan el diálogo, el referéndum y las elecciones para conseguir sus objetivos. Un pacto antiterrorista entre las dos fuerzas mayoritarias españolas, sin la incorporación de las demás fuerzas democráticas y con exclusión del nacionalismo democrático vasco, sería un error político de tal envergadura que bien pudiera significar la ulsterización de Euskadi.

Una España federal con poder político en Europa en la que Catalunya, Galicia, Euskadi y Andalucía tengan plena autonomía administrativa y voz en la Comunidad Europea es el futuro. Y no unos países pequeños muy alejados en peso específico de Bélgica o Luxemburgo, mal que nos pese, que ni tan siquiera fuesen cola de ratón en la Unión Europea.

El general Franco, al formular una España oficial grotesca durante los más de cuarenta años de dictadura, creó el teatro de la confusión. España, reflexión para la generación del 98, cantada por Antonio Machado, y la generación del 27, añorada por el exilio republicano en su diáspora, es silenciada desde la transición, y muchos se avergüenzan hasta de pronunciar su nombre y buscan el subterfugio de Estado español para referirse a ella.

Retomar el tema de España es algo que debemos agradecer a Xavier Rubert de Ventós (Querer a España, EL PAÍS, 11 de octubre), aunque sorprenda a estas alturas su empecinada tesis, entre cínica y romántica, que analiza la bondad de la independencia de Catalunya como paso previo para dilucidar el largo contencioso de los catalanes con España. Al menos reconoce la temprana unificación española en la segunda mitad del siglo XV y los resultados económicos positivos para Catalunya del Decreto de Nueva Planta que harían posible la revolución industrial cien años después. Y entre otras lindezas y chascarrillos independentistas, acaba argumentando: "Me gusta tanto España que prefiero estar fuera para, desde ahí, verla, admirarla y, en su caso, aliarme con ella...". Hay amores y amores..

Francisco de Sert es conde de Sert

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