Mecánica de clasificaciones
"Siempre ocurre lo mismo en los días de gran confusión y desarreglo", escribió León Felipe. "Y en un siglo tan caótico como el nuestro, surge de pronto una mecánica perfecta de definiciones y clasificaciones. Y, como hay tarjetas para definir, morfológicamente, a un insecto, hay también tarjetas para definir, políticamente, a un ciudadano". Ciertamente, vivimos en Euskadi un tiempo de gran confusión y desarreglo en el que la mecánica de definiciones y clasificaciones está alcanzando la perfección. Lo cual significa que pronto no habrá lugar para aquello que no esté exactamente en su lugar. Leyendo EL PAÍS del domingo pasado he recordado esos versos del gran poeta zamorano, escritos en 1954 en el exilio mexicano. Leo primero el extenso artículo de Hermann Tertsch sobre la situación de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación tras la bomba y no sé si colocarme entre los intelectuales insurrectos, los equidistantes o los deprimidos. Es cierto que en la Universidad del País Vasco ocurre todo lo que se cuenta en el artículo, pero ¿es la UPV tal como en él se describe? No lo creo. Leo el artículo y siento que, aunque se habla de mí y de mis circunstancias, falta algo fundamental en la realidad que se describe. Leo después la carta de cuatro familiares de víctimas del terrorismo contra Gesto por la Paz y su intención de hacer memoria de todo el sufrimiento provocado por la violencia (acertada o no, pero desde luego alejada de cualquier intento de manipulación) y no sé si soy un acomplejado moral, un infame o, de nuevo, un perverso equidistante. Por cierto, lo de llamar "mueca" a Gesto lo inventaron hace ya bastantes años las gentes de Jarrai.La verdad es que no es nueva esta sensación de hallarme fuera de lugar. Me ha pasado antes. Me ha pasado mucho. Me ha pasado siempre. Siempre me ha costado menos ponerme en el lugar de los otros que ponerme en mi lugar. ¿Puede ser esta la razón de mi ignominiosa actitud? Alguien podrá decirme que el hecho de no saber lo que soy es el mejor indicador de que sólo puedo ser algo malo: seguramente un equidistante. Que si fuese otra cosa, un intelectual insurrecto o incluso un ciudadano deprimido, no tendría ninguna dificultad para ponerme rápidamente en mi lugar, para decir "yo soy..." lo que corresponda. Tal vez. O tal vez es que las cosas son, sí, más complejas. Complejidad que no sólo no nos exime de la toma de partido, sino que nos obliga a ella. No se trata, pues, de evitar la toma de postura: humildemente, el que esto suscribe lleva muchos años retratándose en público (otra cosa es que el retrato guste menos o más). Se trata de aceptar que siempre definimos para definirnos, que nuestras definiciones son siempre construcciones. Con esto no pretendo que nadie abandone la práctica de la clasificación. No podría hacerlo, cuando yo también hago mis distinciones.
Miren, yo tengo muy claro que hay una distancia cósmica entre quienes matan y quienes no lo hacen. En esto no hay espacios intermedios. Pero a partir de aquí el espacio se torna multidimensional. Por eso rogaría que, cualesquiera que sean las categorías que compongan una determinada clasificación, incluyan siempre la categoría de "otros". Que quien acostumbra distinguir entre vascos o españoles, añada a partir de ahora la categoría de "otros". Que quien diferencia entre seguidores del Acuerdo de Lizarra o firmantes del Pacto por las libertades y contra el terrorismo incorpore la categoría de "otros". Que haya un "otros" además de intelectuales insurrectos, equidistantes o deprimidos. Que haya un "otros" además de acomplejados morales, infames o perversos equidistantes. Que haya siempre un "otros", salvo cuando de distinguir entre asesinos y asesinados se trata.
"Parece que la Historia la están haciendo hoy el entomólogo y el detective", denunciaba León Felipe. Sí, ya sé que hay diferencias radicales entre detectives y detectives, entre entomólogos y entomólogos. Pero al final, entre todos, cuadriculan el mundo, compartimentalizan la realidad, y hacen del ser vasco algo tremendamente complicado.
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