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Niza, entre la calle y los salones ANTONI GUTIÉRREZ DÍAZ

Los 15 países integrados en la Unión Europea no sólo han estado representados en los salones y en los pasillos oficiales por sus jefes de Gobierno y sus numerosos séquitos, sino también por más de 50.000 ciudadanos, fundamentalmente sindicalistas, que pacíficamente han ejercido con convicción su ciudadanía europea, reclamando los grandes acuerdos democráticos y sociales que la Unión necesita si no quiere quedar reducida a la condición de espacio económico negociado por los gobiernos.A juzgar por el resultado final de la cumbre, podría pensarse que la movilización popular promovida por los sindicatos -a la que la espectacular presencia de grupos violentos ha dejado en un segundo plano informativo- no ha tenido ningún efecto. Pero, más allá de las repercusiones inmediatas, un juicio serenamente crítico de los acuerdos tan trabajosamente conseguidos entre pasillos y salones apunta a que un efectivo paso hacia delante en la construcción europea, o será impulsado por la movilización popular o no será.

Los retoques en el reparto de poder entre los gobiernos no han dado ni para hacer un traje nuevo para ajustarlo con rigor a las necesidades que plantea la ampliación. El equilibrismo diplomático ha hecho con habilidad algunos zurcidos, ha puesto algunos parches y luego ha sometido el resultado a un precipitado planchado. Todo ello ha permitido presentarlo a la opinión pública compartiendo sonrisas en la foto final, llamada "de familia".

Después, todos los presidentes de Gobierno se han apresurado a presentar el resultado a la opinión pública de sus países como un éxito personal. En el caso español, el esfuerzo ha sido tan excesivo que ha llegado a ser entre grotesco y patético. La imagen del señor Piqué exhibiendo su analfabetismo aritmético a la hora de intentar justificar unas ganancias inexistentes se complementaba con la sonrisa forzada del señor Aznar al asegurar que había sido el líder más felicitado por unos resultados que, en el mejor de los casos, consisten en conservar a la baja unos equilibrios precarios.

Un breve balance nos obliga a señalar la devaluación de la Carta de los Derechos Fundamentales, sometida a una discreta firma al inicio de la cumbre y realizada, a propuesta de Tony Blair, por los ministros de Asuntos Exteriores para que quedase bien claro que no tenía nada que ver con los tratados ni con los protocolos adicionales. También fue recogida por unanimidad la supresión de las referencias a la autonomía de la Unión Europea en política de defensa, evitando cualquier distanciamento de la OTAN.

Luego, todas las negociaciones llevaban como denominador común la reclamación de espacios de poder para cada Gobierno, obviamente olvidando la existencia de las regiones. Los votos en el Consejo han adquirido el máximo protagonismo y han obligado al final a concesiones mutuas de las que sólo parece salir beneficiada la República Federal de Alemania. Asimismo, se ha interpretado como lucha por el poder el número de comisarios representantes de los diversos estados en la Comisión Europea. Es decir, lo que debiera ser el Gobierno europeo, con plena autonomía, corre el peligro de convertirse en un instrumento más de los gobiernos. También los intereses gubernamentales han limitado la desaparición significativa del derecho de veto, que amena-za con bloquear la toma de decisiones en ámbitos tan importantes como la política social, la armonización fiscal, el comercio exterior o la política de cohesión.

Una valoración global de la cumbre sin maquillaje nos obliga a decir, como en cierta forma han dicho ya el presidente de la Comisión, Romano Prodi, y los portavoces de los grupos en el Parlamento Europeo, que los presidentes de los gobiernos no han sabido o no han podido cumplir los objetivos necesarios para culminar la Unión Europea. Nos han situado, por lo tanto, no sólo ante una nueva frustración sino también ante una nueva responsabilidad como ciudadanos europeos, la de movilizarnos en la perspectiva de 2004 y en la línea en que lo han hecho los sindicatos. Ello nos han señalado el camino. Ahora es necesario sumarse y andarlo con decisión. Valdría de nuevo aquella invocación que encabezaba un artículo publicado en este mismo diario: "Atrévete, Europa".

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