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Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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Sinrazón de una negativa

Mientras dos asesinos en serie instalados en Barcelona continúan su criminal periplo, la coalición que preside Jordi Pujol se ha sentido obligada a explicarse insertando en los periódicos, como publicidad, un comunicado que desgrana las razones para no firmar el acuerdo PP-PSOE contra el terrorismo. CiU recuerda su aportación "importante y positiva" a la transición democrática, su participación en la redacción de la Constitución, su lealtad constitucional y su apoyo a la lucha antiterrorista, méritos que nadie ha puesto nunca en duda, como tampoco nadie le ha discutido su rechazo del terrorismo como recurso para obtener fines políticos.El recordatorio de su trayectoria sirve a CiU para reafirmar su convicción de que el nacionalismo democrático vasco, y especialmente el PNV, juega "un papel del todo determinante" y que ningún intento de solución lo puede "ignorar ni arrinconar". Es difícil no compartir este punto de vista. El PNV siempre ha necesitado de otros para gobernar, pero no hay convivencia posible en el País Vasco si se pretende ignorarlo. CiU tiene razón, aunque la habría tenido plena si a esa afirmación hubiera añadido de inmediato, haciendo honor a su proverbial sentido del equilibrio, esta otra: tampoco hay solución posible que intente ignorar o arrinconar a PP y PSOE, un detalle desgraciadamente ausente de su comunicado.

Desgraciadamente, porque de eso es de lo que iban el Pacto de Lizarra y los acuerdos secretos PNV-ETA que lo hicieron posible: de un intento de ignorar y arrinconar a los no nacionalistas. En su muy ponderada negativa a firmar el acuerdo PP-PSOE, CiU pasa por alto este hecho crucial y no toma en cuenta que desde el verano de 1998 lo que se puso en marcha en Euskadi fue una operación destinada a excluir social y políticamente a la mitad de la ciudadanía vasca. Esa maniobra no salió y CiU reconoce su fracaso: el pacto de Lizarra, nos dice, ha fracasado por la reanudación de la acción criminal de ETA, aunque tabién habría fracasado -añade- si no hubiera conseguido integrar a los partidos no nacionalistas.

Esta asombrosa reflexión evidencia la sinrazón del nacionalismo catalán al enfrentarse con el acuerdo PP-PSOE. Nunca el Pacto de Lizarra podía fracasar por no integrar a los no nacionalistas, puesto que su éxito consistía en eso, en excluir, ignorar, arrinconar a los no nacionalistas. Revisen los redactores del documento las declaraciones del otoño de 1998 y comprenderán que el proyecto del tándem Arzalluz-Egibar consistía en llevar a la segunda posición en el sistema de partidos y a socio de gobierno a una HB transmutada en EH para forzar juntos la marcha hacia la independencia de Euskadi.

Era legítimo, se dirá. Quizá, si esa alianza no hubiera estado sostenida en un pacto secreto e infame con ETA y no se hubiera propuesto avasallar la voluntad de la mitad de la población. Pero, en fin, sea: era legítimo. En todo caso, no más que el acuerdo PP-PSOE. Por supuesto: PP y PSOE han puesto difícil a los partidos nacionalistas su adhesión, pero si los diez puntos del articulado no ofrecen problemas a CiU, tampoco debía ser obstáculo insalvable el preámbulo. Lo único que en él se exige es que PNV y EA admitan el fracaso de Lizarra, un fracaso que CiU reconoce aunque no se atreva a sacar las últimas consecuencias. No se atreve porque ese reconocimiento implica la aceptación del Estatuto como "expresión de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos del País Vasco", según se decía en Ajuria Enea. Ahora, cuando las máscaras de esta tragedia ruedan por los suelos y todos saben dónde está cada cual, no es fácil volver a lo que entonces se consideró intocable. Pero CiU debía comprender que esa vuelta sea el requisito mínimo para que quienes fueron "ignorados y arrinconados" en el doble pacto PNV-ETA y PNV-EH, y son ahora blanco de asesinos, reanuden un diálogo sin otro objetivo que derrotar moral, política y policialmente a ETA.

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