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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Enésima ronda

De nuevo se abren en Washington negociaciones con funcionarios estadounidenses sobre la negociación de israelíes y palestinos, y, eventualmente, hasta puede que se mantengan contactos directos entre las partes. Después de casi 350 muertos en la Intifada de las mezquitas, la inmensa mayoría árabes abatidos por la máquina militar israelí, diríase que es una sorprendente muestra de realismo que las partes contemplen siquiera la posibilidad de volver a negociar. Por supuesto que es una buena idea reanudar los contactos, aunque sobre el terreno sigan los enfrentamientos e incluso el Ejército israelí se dedique a acabar selectivamente con los líderes de la revuelta. Pero también es cierto que ninguna de las partes puede negarse a celebrar ese tipo de encuentros. Para el primer ministro saliente de Israel, Ehud Barak, algún acuerdo con los palestinos, siquiera parcial, en plena campaña electoral para determinar la jefatura de Gobierno podría ser la diferencia entre perder o ganar las elecciones previstas para primeros de febrero. Ir al electorado con un acuerdo con Arafat que al menos conquistara una tregua devolvería a la opinión israelí la confianza en el líder laborista. Su rival del Likud, sea Ariel Sharon o Benjamín Netanyahu, sólo podría barajar promesas contra realidades. La Autoridad Palestina, por su parte, no debe decir jamás que no a una oferta de negociaciones, aunque sólo sea porque sabe que difícilmente Barak estará nunca más propenso a hacer concesiones que ahora, cuando más necesita el consenso de Arafat.

Dicho todo ello, las expectativas no pueden ser más que moderadas. Se cree saber que Barak mejoraría su oferta de Camp David reconociendo la soberanía palestina sobre parte de la Ciudad Vieja de Jerusalén y los lugares santos del islam, pero no sobre el resto de los barrios árabes; y que a cambio de que los palestinos se traguen tres bloques de colonización sionista, Israel cedería territorio dentro de sus fronteras anteriores a 1967, hasta completar casi el equivalente del 100% de Cisjordania y Gaza.

Donde sí cuenta la sangre derramada es en la limitación de lo que puede ceder Arafat; y en el planteamiento de Barak se pospone indefinidamente el eventual regreso o indemnización a los millones de refugiados palestinos, amén de incumplirse la Resolución 242 de la ONU, que reclama la retirada israelí de todo lo conquistado en 1967: Jerusalén árabe y los territorios. Es de temer que Israel aún no ha hecho las cuentas que permitan alcanzar un auténtico acuerdo de paz.

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