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El Bellevue de Biarritz resume en una antológica cinco lustros de la obra escultórica de Zigor

Maribel Marín Yarza

Kepa Akixo, Zigor (Aretxabaleta, 1947), posee una sensibilidad innata para hacer arte de la reflexión. Primero, antes de cumplir los treinta años, como reportero gráfico; desde entonces, como escultor, y siempre como poeta. El Bellevue de Biarritz inaugura hoy Sculptures, una exposición que demuestra que un mismo material, la madera, puede hablar varios idiomas. Zigor muestra un total de 50 piezas que resumen 25 años de trayectoria inspirada por la naturaleza y las relaciones humanas y guiada por una evidente preocupación por el tiempo y el espacio.

Puntos cardinales

La exposición, que permanecerá abierta al público hasta el próximo 10 de enero, reivindica la pertenencia de Zigor al mundo de la escultura vasca, al universo que han habitado artistas como Remigio Mendiburu, Jorge Oteiza o Nestor Basterretxea, entre otros. De hecho, se vislumbran algunos referentes comunes. Él dice que "la materia misma puede hacer que se encuentren similitudes en obras dispares". Lo cierto es que al margen de algunas influencias, el conjunto de la obra de este artista muestra un sello propio evidente, inspirado tanto por la naturaleza como por las relaciones humanas y determinado por su obsesión por explorar el tiempo y el espacio. Zigor lleva 25 años esculpiendo reflexiones, fundamentalmente en madera, aunque la antológica presenta también algunas piezas en bronce y plomo. Ha exprimido al máximo este material para hallar nuevos idiomas con los que expresar sus grandes temas. "La mayoría de las veces, la escultura me viene de la poesía", dice. "Ese mundo de las ataduras, de la naturaleza y los humanos, está totalmente ligado a mi mundo de los sueños". Las ataduras, la fragilidad y fortaleza de las uniones es un tema recurrente en la obra del artista de Aretxabaleta. En Sculptures aparece revestido de distintas formas, pero el mensaje es el mismo.

El espectador encontrará en esta muestra una pieza que representa a una pareja. Hombre y mujer aparecen unidos, aunque sólo uno de los dos se apoya en el suelo. Pero la fortaleza de esa unión hace que ambos mantengan juntos el equilibrio. La escultura simboliza precisamente esa paradoja, esa difícil armonía que sorprende en el mundo de las relaciones humanas. "Y también en el de naturaleza", añade de inmediato el artista. "Ahí encontramos grandes misterios. ¿Cómo puede sostener por ejemplo una pequeña roca el peso de un acantilado?"

Zigor ha trabajado sobre esta idea durante muchos años. Algunas veces adquiere la forma de árbol; otras, la de flor de cardo, como puede verse en esta exposición; en ocasiones, materializada en castaño; la mayoría en plátano, una madera poco reclamada por los escultores, según el autor. La misma reflexión toma la forma de los mojones espontáneos que colocan los montañeros para señalizar un sendero. "Cada uno los coloca donde quiere. No es fruto del azar, corresponde a una necesidad estética personal. Y, sin embargo, permanecen en el mismo lugar", señala.

El autor destapa durante la exposición la esencia de cada pieza. En este caso, se detiene y apunta: "Simboliza lo que se puede hacer entre todos, aunque se sea de distintas culturas, lo que se construye entre unos y otros, aguanta".

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La exposición del Bellevue se presenta como una antológica; ofrece pequeños botones de muestra de lo que ha dado de sí su trayectoria, que le ha llevado también a experimentar con el bronce. De hecho, a la entrada del edificio sorprende una pieza monumental de 2,20 metros de altura, realizada en este material. O un rostro de un hombre primitivo, una obra con una gran tensión interior, que representa al primer hombre vasco. Junto a esta escultura Zigor muestra dos piezas en plomo, un pájaro y un árbol, que remiten nuevamente a la naturaleza.

El escultor se ha dedicado durante el último año y medio a caminar por terrenos que no había explorado en profundidad hasta entonces y que suponen su inmersión en una escultura más conceptual.

Ateak eta hilabeteak (Puertas y meses), expuesta al fondo de la sala, introduce al espectador en el mundo laberíntico del tiempo y el espacio, mediante obras realizadas con traviesas de ferrocarril. Son cuatro puertas que representan los cuatro puntos cardinales. Por ellas se accede a un espacio en el que se alzan 11 esculturas que simbolizan los meses del año. "Es el espacio en el que vivimos", señala el artista. El que falta es el de escape, "el mes de los sueños, la utopía, el amor, la poesía...", el momento en el que se trata de esquivar a los dictados del espacio y del tiempo.

Zigor es un artista que vive aferrado a su tierra. Lo sugiere el simple hecho de que el título del conjunto escultórico -como el de otras obras- tenga un nombre en euskera. Es una realidad que está siempre en sus obras. El artista trabaja en un estudio que habilitó en su casa de Biarritz. Nació en Aretxabaleta, pero llegó a esta localidad como refugiado cuando tenía tan sólo 17 años. Primero trabajó como reportero gráfico y tras un viaje a Argelia decidió que quería "esculpir" para que la realidad "pasara a través de las sensaciones". Compró seis troncos, una motosierra y unas gubias y comenzó a abonar un terreno que aún puede dar más frutos a la escultura vasca.

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