Normal
A dos semanas de que el Gobierno español y el Papa de Roma se corrieran una orgía milenarista, utilizando a modo de sábana una toga con la que previamente se había limpiado el culo un magistrado, aquí no ha dimitido nadie: ni el Papa, ni el ministro de Justicia, ni siquiera un subsecretario. Es normal, sobre todo si pensamos que este Gobierno había indultado ya, sin que sucediera nada, a Franco, a Fraga, a Cascos, a Rodríguez y a Felipe II. Entre indulto e indulto también echó una mano a Pinochet, pobre, todo dentro de la normalidad más absoluta. Si por algo se ha distinguido Aznar, es por ser un extremista de la normalidad, lo que confirma la antigua intuición literaria de que lo normal es muy raro.Nada hay más normal, por ejemplo, que una hipoteca, sí, pero una hipoteca es también, desde algún punto de vista, una cosa rarísima. Hipoteca, la propia palabra lo dice. Suena a enfermedad glandular. Pero todo el mundo la tiene. ¿Por qué no habría de padecerla el Gobierno? La padece, claro, y la paga con lo que puede, sean concesiones radioeléctricas o indultos orgiásticos como el que nos ocupa. Y si no paga, le embargan La Moncloa igual que a usted y a mí nos embargan la casa. Lo entendemos, pues, aunque tenemos la impresión de que Aznar paga unos intereses muy altos. Quizá el mibor para adquirir un palacio, incluso un palacio tan incómodo como el de La Moncloa, no sea el corriente.
Ese interés tan elevado es lo único que no encaja, aunque también choca, para decirlo todo, la afirmación del ministro de Justicia de que se habían dejado fuera del indulto los delitos relacionados con agresiones sexuales. Todos vimos por TVE el modo en que se obligó a dar el paseíllo a las víctimas y acabamos de leer en el libro de Pilar Urbano el grado de excitación sexual que se respiraba en el entorno de Liaño. Quizá el nombre técnico sea el de prevaricación, pero lo que presenciamos fue una violación múltiple. El Gobierno debería haber tenido en cuenta este aspecto del caso antes de pasar por ventanilla. Fuera de eso, la actuación del Consejo de Ministros es de una normalidad abrumadora. Lo inquietante es que lo normal sea tan raro. Viva el Papa.
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