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El Likud trata de conseguir que Netanyahu sea el rival de Barak en las elecciones de Israel

Ehud Barak presentó al mediodía de ayer su dimisión como primer ministro de Israel. La carrera electoral no empezó de inmediato, ya que el cese no será efectivo hasta hoy, pero además porque nadie descarta una nueva e inesperada maniobra política. Aunque la situación es confusa, el partido conservador Likud ha empezado la carrera para conseguir que Benjamín Netanyahu pueda enfrentarse a Barak, con lo que la victoria de la derecha nacionalista sería un hecho. El propio Netan-yahu se declaró ayer candidato a primer ministro y pidió al Parlamento que elimine el requisito de ser diputado para aspirar al cargo.

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Barak presentó al mediodía de ayer su carta de dimisión al presidente Moshe Katzav, cumplimentando de esta manera su inesperada renuncia, anunciada en una conferencia de prensa el sábado por la noche, al finalizar la fiesta religiosa del shabat. Sobre el papel, las elecciones a la jefatura del Gobierno deberán ser convocadas antes de 60 días, pero en Israel nunca hay una última palabra y no se descarta una nueva maniobra que retrase las elecciones o modifique radicalmente la situación. De momento, él ya ha logrado la designación como candidato por parte de los laboristas.La dimisión de Barak como primer ministro responde a cálculos políticos de los estrategas del Partido Laborista, que le habían aconsejado que presentara la dimisión para poder acogerse así a los beneficios que representa el que la convocatoria de elecciones se efectúe sólo para primer ministro. De este modo, según la ley, sólo pueden presentarse como candidatos aquellos ciudadanos que tengan un acta de diputado, con lo que se dejaría en la cuneta a Benjamín Netanyahu, el dirigente del Likud que, según todas las encuestas, encabeza las intenciones de voto de los israelíes. Netanyahu carece de escaño en el Parlamento desde que, a principios de junio de 1999, presentara su renuncia tras perder las elecciones frente a Barak.

No obstante, Netanyahu anunció ayer lo que ya era un secreto a voces: su intención de presentarse a la elección de primer ministro. "No pasa una hora sin que un ciudadano se me acerque y me pida que regrese a la política para hacer del país lo que solía ser, un lugar en el que podamos vivir", declaró el dirigente conservador que acaba de regresar de EE UU.

El Partido Laborista y el propio Barak son conscientes de que un enfrentamiento político en las urnas con Netanyahu supone su muerte política, según se desprende de los más diversos sondeos. Las encuestas colocan al dirigente nacionalista con más de 16 puntos de ventaja sobre Barak, mientras crece el clamor popular que reclama el retorno de la derecha radical al frente del Gobierno para enfrentar la Intifada y poner fin a la situación de inestabilidad en la que se encuentra Israel desde hace 18 meses, cuando la coalición laborista llegó al Ejecutivo.

Los conservadores trabajan desde ayer en dos frentes parlamentarios para tratar de hacer posible la candidatura de Netanyahyu: en primer lugar, intentan la aprobación en segunda y tercera lecturas del proyecto de ley de disolución del Parlamento aprobado el pasado 28 de noviembre, con lo que cualquier ciudadano puede ser candidato; el segundo frente alternativo pretende impulsar una nueva ley para que se permita una modificación legal con la que se posibilite la presentación de la candidatura a primer ministro de Netanyahu, aunque no sea diputado.

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Con su operación política de última hora, Barak ha conseguido aportar un plus de incertidumbre y complejidad a la situación en la que se encuentra inmerso Israel. Su incapacidad para llegar a un acuerdo con los palestinos ha abierto una herida sangrante en el país, colocando en una situación maltrecha y de práctica agonía el proceso de paz.

Su torpeza en este área ha precipitado y radicalizado la Intifada. El levantamiento palestino se adentra en su tercer mes y ya se ha cobrado más de 300 víctimas. Pero, además, Barak ha abierto otras fisuras, en las que se enfrenta la sociedad laica con la religiosa, al anunciar un programa de laicidad que ha herido todo tipo de sensibilidades. Tampoco ha sido capaz de calmar a la minoría árabe, un sector tradicionalmente aliado al laborismo y convertido ahora en su enemigo.

No acaban aquí las desgracias, ya que su manera personal y autoritaria de concebir el poder, más propia de un militar de escasa graduación, ha provocado un verdadero cataclismo en el seno del laborismo, que aflorará sin duda a la primera ocasión.

El primer ministro dimisionario, en una última prueba de dudosa habilidad, conseguía en la tarde de ayer convertirse en el candidato oficial de su partido. El comité central del laborismo lo aclamó a mano alzada, olvidándose de que las prácticas tradicionales y más democráticas de esta organización imponen la celebración de unas primarias.

Abraham Burg, el presidente del Parlamento, que había hablado sobre la posibilidad de presentarse a las elecciones de primer ministro, ni siquiera pudo entrar en la sala donde el partido celebraba su reunión. La disciplina del partido y la convocatoria de las elecciones impusieron ayer en las tropas laboristas un doloroso silencio.

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