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Un debilitado Marcos acude a la llamada de Fox

El líder zapatista de Chiapas marchará a la capital para apoyar las reformas del nuevo presidente mexicano

A unas horas de inaugurada la nueva etapa política abierta con la llegada al poder del presidente Vicente Fox, Manuel Hernández, un indígena tojolabal, sonríe a la medianoche del 2 de diciembre y reflexiona: "Es buena la paz para nosotros, aquí somos pobres, somos independientes. Es bueno, sí, que los militares ya no estén [en los retenes]". Sentado a la puerta de su jacal (choza) en la población de La Esperanza, a unos cuantos kilómetros de La Realidad, el cuartel general de subcomandante Marcos, y a otros pocos de la base militar de Guadalupe Tepeyac, atina a decir: "Somos pobres, trabajamos la tierra, es buena la paz, que todos vuelvan...", no termina la frase, no sabe a ciencia cierta qué es lo que pasa en su propia casa.Un intercambio de prometedoras señales ha bastado para crear un clima de distensión en la selva, cañadas y montañas de Chiapas, el Estado del sur profundo de México, donde desde hace siete años los indígenas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y su legendario subcomandante Marcos libran una batalla que tiene más de virtual que de guerra real, aunque ha sembrado de víctimas las tierras de los pueblos indios. El nuevo presidente mexicano necesitó apenas unas horas para enviar al Congreso un proyecto de Ley sobre Derechos y Cultura Indígena, una antigua demanda de los rebeldes, y desmantelar los 53 retenes militares que fueron puntos de tensión en la zona de conflicto. El "jefe supremo" del zapatismo, que durante años había empleado el recurso del "tiempo indígena", supuestamente distinto al del resto del mundo para dilatar sus respuestas, entendió que ante Fox perdía su escenario natural.

El enigmático y carismático guerrillero decidió aceptar -con dudas- las señales del Gobierno y abrió las puertas a una posible negociación. El sub, como le llaman a Marcos los lugareños, decidió aceptar los riesgos de las ofertas de Fox y anunció, en un golpe espectacular, que al frente de 23 jefes indígenas -entre ellos el estratega político, el tzotzil David, y el guerrero, el tojolabal Tacho- marchará el próximo mes de marzo sobre la ciudad de México. Su objetivo es convencer a los legisladores de las bondades de la Ley Sobre Derechos y Cultura Indígenas, fruto de los Acuerdos de San Andrés (firmados por el Gobierno de Ernesto Zedillo en febrero de 1996 con los rebeldes).

El jefe supremo de la rebelión de enero de 1994 comienza a andar hacia la capital del país, gobernada por el centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador, y en la cual el zapatismo tiene su mayor bastión fuera de Chiapas.

Lo hace en un momento en que trasciende la debilidad del EZLN tras 17 años de existencia y casi siete de presencia armada. En San Cristóbal de las Casas, Gerardo González, un veterano del trabajo social independiente en la "zona de conflicto", afirma que han abandonado el movimiento personajes importantes como los mayores Mario, Ana María -que dirigió el ataque militar a San Cristóbal de las Casas en 1994- y Alfredo, debido a disputas internas de poder. González, quien conoce de raíz la circunstancia de la rebelión, cree que el EZLN vive una severa crisis interna, iniciada hace tiempo, pero a la vez se encuentra en su mejor momento para encarar las negociaciones con la Administración de Fox.

Fuentes del Gobierno federal coinciden en las fugas de dirigentes del zapatismo y en las divisiones en casi todas las comunidades, incluso en La Realidad. Estiman que de las bases de apoyo con las que contaba en 1994 el EZLN le quedan apenas un 40% de sus efectivos. Otros informantes aceptan que se ha desgastado, pero piensan que todavía tienen el apoyo del 60% de los indígenas.

Datos proporcionados por las anteriores autoridades del Ministerio del Interior cifran en unos 600 a los zapatistas bien armados, algunos cientos de milicianos y miles de base de apoyo.

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Organismos defensores de los derechos humanos y el propio Marcos afirman que en Chiapas hay entre 70.000 y 80.000 soldados. Fuentes militares afirman que en 1994, cuando hubo más tropas, llegaron a ser unos 26.000 y que ahora no llegan a 20.000. Hay preocupación por la presencia militar, pero también por otras cosas, como afirma el tzeltal Juan Gómez: "Que el Gobierno cumpla, y la necesidad más importante, la demanda del pueblo chiapaneco, es el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés",

El tema del zapatismo es dominante en Chiapas, y en su entorno está el problema de los grupos paramilitares. La existencia de más de una decena de estos grupos ha sido aceptada por la Procuraduría General de la República (fiscalía), pero los llama "civiles armados". Estas bandas, afines al PRI, han sido acusadas de múltiples atentados, incluso de la matanza de Acteal, donde el 22 de diciembre de 1997 acribillaron a 45 indígenas tzotziles cercanos a la diócesis de San Cristóbal de las Casas y a simpatizantes, pero no militantes, zapatistas. Más de un centenar de supuestos participantes en la masacre están presos, pero la herida está abierta.

Por ello, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi, sostiene que lo más difícil en el incipiente proceso hacia la paz es "el desarme de los grupos civiles armados, merezcan o no el calificativo de paramilitares". En los primeros doce días de enero de 1994, los que duró la guerra de Chiapas, murieron alrededor de 200 personas. En diciembre de 1997, antes de la matanza de Acteal, el entonces obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, decía que los efectos violentos del conflicto habían dejado ya más muertos que el alzamiento zapatista.

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