Una vida en rock
Hay influencias y hay modelos. Los Beatles siguen siendo el paradigma del grupo pop creativo, por su extraordinaria productividad y por el inmenso territorio que cubrieron en sus nueve años de vida pública. Todos se miden con esa obra monumental, nadie ha logrado algo similar. Por el contrario, la herencia del John Lennon en solitario es más bien una actitud, un modo de comportarse, una vida en rock.El Lennon de la primera mitad de los setenta es un iconoclasta, que rompe el bonito juguete de The Beatles y decide colocarse en el ojo del huracán. Denuncia, provoca, se compromete, hace canciones vibrantes y discos mediocres, no tiene miedo a quedar en ridículo o retar al monstruo, llámese Richard Nixon o heroína. Prácticamente, todas las posteriores figuras del rock que aparecieron cabalgando sobre olas sociales se miraron en Lennon. Algunos supieron asimilar las enseñanzas consiguientes (caso de Bono) y jugaron a fondo evitando las trampas mientras que otros se hundieron (Kurt Cobain).
Se olvida, sin embargo, que hay otro Lennon, el de la segunda mitad de los setenta, que se va hacia el otro extremo. Rompe contacto con el mundo, desarrolla excentricidades de millonario, pierde la perspectiva. La música que Lennon ultimaba cuando fue asesinado tendía hacia lo banal, era esencialmente irrelevante fuera de sus apartamentos en el Dakota neoyorquino. Aquí también hay una lección igualmente importante. Una lección que lennonianos militantes, como los hermanos Gallagher, no llegaron a comprender. Lo de Lennon desembocó en tragedia, lo de Oasis está siendo una farsa.
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