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Tany, la compasión, la mujer, el crimen

Cuando se contempla la escena de Teresa Moreno Maya, Tany, saliendo de la cárcel de Alcalá-Meco y abrazándose a los hijos que la esperan, emocionados y felices, es fácil sentirse emocionado y feliz. Los 14 años y ocho meses de cárcel que le habían sobrevenido como condena se han desvanecido de súbito gracias al indulto que le ha concedido el Gobierno en vísperas de la Navidad. ¿Cómo resistirse a la ternura de un relato que devuelve la madre al hogar y deja atrás los muros de la penitenciaría?La conciencia ciudadana ha sido tan sensible a la situación de Tany que se creó alguna plataforma ciudadana para demandar su perdón y España entera ha vivido pendiente de las noticias. Los medios, por su parte, con su corazón sonante, han ampliado la sensación y anteayer los telediarios abrieron con el rostro y las palabras de Tany, con sus lágrimas y sus sonrisas de gratitud. Varios periódicos publicaron en su primera página, a cuatro o tres columnas, la fotografía de la protagonista cuando reencontraba la libertad, y las revistas gráficas preparan ahora sus reportajes para los próximos días. Todo parece, contemplado desde esta celebración común, como un glorioso triunfo del bien sobre el mal, de la justicia sobre la ignominia. Y también, por qué no, de las esposas sobre los maridos, de las mujeres sobre los hombres.

A partir de aquí algo ha de cambiar en el sentimiento colectivo respecto a los malos tratos domésticos. No sólo, desde ahora, el marido aparece como el culpable de los sufrimientos insoportables -logro feminista ya conquistado- sino que llega a resultar culpable de manera tan absoluta que incluso el Gobierno indulta a aquél que lo asesina. Efectivamente, el Consejo de Ministros puede haber errado en otras medidas de gracia, o incluso haber transgredido la competencia judicial en cierto caso preciso, pero aquí, en el expediente de Tany, ha actuado -según el concierto popular- "como debe ser". O mejor: "como Dios manda" que es una actuación superior a hacer las cosas ajustándose al mero derecho.

El Gobierno ha actuado a la manera de Dios. Mirando más allá de la letra o del espíritu del Código Penal mismo. Ha demostrado una moral y un entendimiento superiores gracias a cuya aplicación ha provocado alborozo. Con el simple perdón el efecto popular no habría sido ni tan rotundo ni tan completo pero el Gobierno ha hecho bastante más que condonar una pena; ha logrado perfilar la legitimidad de una venganza heroica.Y femenina: a los ojos del resultado final la historia se presenta como la reacción de una brava mujer que, tras haber sido golpeada repetidamente, decide saltarle los sesos al marido y, con ello, conquistar la paz.

Miles de mujeres maltratadas habrán extraído de este episodio una enseñanza capital y directa, muy al hilo del ascenso de los derechos de la mujer en nuestros días. Porque de haber ocurrido al revés, de haber sido el marido quien descerrajara dos tiros sobre la cabeza de la esposa, el expediente habría estado plenamente zanjado de antemano. ¿ O es concebible un movimiento ciudadano reclamando su perdón? Claro que no.

En las discriminatorias consideraciones de los sexos, según las distintas especialidades, una es la de hacer al hombre el verdugo más seguro y ominoso de la relación. Nunca jamás se ha formado una plataforma pro-indulto para los esposos ni es imaginable que se organice pronto. Por el contrario, Tany es una asesina pero suena incluso incorrecto llegar a pensarlo. Ella es y seguirá siendo una víctima sin importar nadie por muerto que esté. Simultáneamente a la exaltación mediática de su acto criminal, trasmutado ahora en sacra némesis, cientos de miles de esposas se sentirán exoneradas de responsabilidad, porque si matar está justificado ¿cuántas cosas antes no parecerán razonables? El feminismo, que ha hecho tanto por la libertad de las mujeres, no ha sorteado siempre la tentación que constituye su peor rostro: convertirse en otra forma de injusticia.

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