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El desfiladero de los secuestradores

Las autoridades y los clanes chechenos negocian sobre el cautiverio de los dos españoles

El desfiladero de Pankisi es la morada de miles de chechenos, los naturales de Georgia y los civiles y guerrilleros expulsados por la guerra del norte. Los segundos, según los habitantes de la zona, se dedican a la extorsión y al contrabando. Los pobladores del valle están hartos y han aprovechado la notoriedad del secuestro de dos españoles para reclamar al Gobierno de Georgia la liberación de sus secuestrados. Pankisi es una zona hermosa y poco segura. Ayer, en la alcaldía de Ajmeta, en la boca del desfiladero, se arremolinaban muchos jejes de clanes, llegados de sus reductos de la montaña, y se comprometieron a hacer todo lo posible para lograr la liberación de los empresarios Francisco Rodríguez y José Antonio Tremiño y de otros secuestrados.En una reunión entre estos jefes locales y los representantes de los refugiados, se acordó poner toda la carne en el asador con el recurso, tantas veces eficaz, a viejas tradiciones caucásicas como la hospitalidad, el honor familiar y el respeto a los ancianos. Hay mucho en juego. La región está en pie de guerra por la escalada de violencia que se atribuye a los refugiados que huyen de la guerra con Rusia. Miles de personas han cerrado todos los accesos a Pankisi, corazón de la Chechenia georgiana. Amenazan con tomar las armas si el presidente, Edvard Shevardnadze, no atiende su reivindicación única: "¡Que se vayan de Georgia!"

La culpa de que la gente de la región de Ajmeta se lance estos días a bloquear carreteras y puentes la tienen Nikita Jruschev y Edvard Shevardnadze. El primero, antiguo líder de la URSS, porque permitió la vuelta a su tierra del pueblo checheno, deportado a Kazajistán por Stalin en 1944. El segundo, porque les dio refugio y no pone coto a sus desmanes.

Ésa es al menos la opinión de muchos de quienes ayer cortaban en Ajmeta el acceso al desfiladero de Pankisi, un feudo checheno en el que, supuestamente, pasan los peores momentos de su vida Rodríguez y Tremiño, secuestrados el jueves cerca de Tbilisi.

Más que una protesta pacífica, parecía un conato de revuelta. Desde que, hace 15 meses, estalló la segunda guerra ruso-chechena, la vida en esta región agrícola fronteriza con la república independentista rusa, ya miserable por culpa de la crisis económica, les parece a esta gente la antesala del desastre total.

Shota, de 30 años; Salva, de 62; Dali, de 51; Mamuka, de 32; Nudari, de 40... Llega un momento en que es imposible seguir anotando nombres y edades, un esfuerzo inútil porque apenas hay diferencias entre lo que grita cada cual: que los chechenos roban su ganado, corrompen a sus hijos, secuestran a su gente y les roban su pan.

Todos recuerdan que hubo un tiempo en que se convivía pacíficamente con los kistos, los chechenos georgianos tradicionales habitantes del desfiladero de Pankisi. Pero la llegada de sus hermanos del norte les metió también a ellos en la espiral de violencia.

Algunas frases entre centenares: "A ver si ahora que han secuestrado a extranjeros comienzan a hacernos caso", "No levantaremos los bloqueos hasta que Shevardnadze no los eche de Georgia", "Estamos dispuestos a luchar contra ellos incluso con cuchillos oxidados", "Hay una narcomafia en la que chechenos y altos funcionarios georgianos son cómplices", "Cuando detienen a alguno de estos bandidos llegan órdenes de Tblisi de liberarlos", "No podemos vivir sin Rusia, porque donde hay Rusia hay ley", "Stalin, que era muy listo, sabía muy bien lo que se hacía al deportarlos en una noche".

Incluso el jefe de policía de la región, Tamaz Tamazashvili, parece tomar partido por los miles de integrantes de los piquetes: "Tienen razón, ya no pueden aguantar más". Sus agentes no muestran ninguna intención de levantar los bloqueos. Y el alcalde, Irakli Yambrulidze, desiste cuando la hostilidad se vuelve amenaza.

Al otro lado de las barreras de hombres, mujeres y vehículos, el tráfico está totalmente cortado. Es la antesala a la Chechenia georgiana, el acceso al desfiladero de Pankisi, la "boca del infierno", según la califica un anciano de Ajmeta.

Y es de allí de donde llega Tina, de 37 años, una periodista chechena que trabajaba en la televisión de la república hasta que tuvo que huir de una guerra que ya se cobró la vida de su marido. Ella se pregunta cómo es posible que pase droga por una frontera sellada, asegura que cada viernes hay reuniones en las mezquitas de representantes de los clanes para extirpar las manzanas podridas, dice que no sabe si hay guerrilleros entre los refugiados ("eso no se lee en la frente") y concluye rotunda: "Toda la culpa es de Rusia".

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