Negociar con el enemigo invisible
Parte Vieja de San Sebastián, territorio ocupado por el nacionalismo radical, de allí salen y allí se refugian los jóvenes -botas de suela gruesa, sudaderas con capucha, aretes y pelo largo- que de vez en cuando queman cajeros automáticos, plantan barricadas y se enfrentan a la policía. Hace sólo unos días, un vecino del barrio, empleado de una empresa de trabajo temporal, vio su nombre escrito en la pared, enmarcado por el círculo negro de una diana. Por complicidad con el pintor o quizás por miedo, los vecinos guardaron silencio alrededor de la familia amenazada. Nadie quiso contarle qué había detrás de aquella pintada, hasta dónde podía llegar. La esposa del amenazado reaccionó a la desesperada. Se recorrió uno a uno todo los bares de HB en la calle de Juan de Bilbao preguntando cuánto tenía que pagar, a qué precio había sido tasada su seguridad. No encontró respuesta. Dice José Antonio Rekondo, el ex alcalde de Hernani, que tratar de negociar con los responsables de la violencia callejera es un error. Recuerda la anécdota de un concejal de Oiartzun (Guipúzcoa) al que le colocaron un gato muerto junto a su portal. Fue a negociar, a pactar su tranquilidad, y debió soportar la humillación de que un destacado militante de la causa etarra le pusiera deberes de su puño y letra, lo que debía y no debía hacer si no quería que se le siguieran apareciendo gatos muertos. "Muchas víctimas de la violencia callejera", dice Rekondo, "buscan su seguridad intentando dialogar con representantes de Herri Batasuna; la inmensa mayoría de los casos que conozco ha acabado en fracaso".
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