Carne
Los portavoces de las autoridades sanitarias, o ellas mismas, dicen que con este asunto de la carne contaminada no conviene alarmar. Y nadie lo niega, pero un servidor, y con él buena parte de la ciudadanía, está alarmadísimo hasta el punto de que la carne de vacuno procura no catarla. Según ciertas encuestas, la venta de carne de vacuno bajó en Madrid a principios de la pasada semana un 12% y en cuanto se supo que se había descubierto en Galicia un caso de encefalopatía espongiforme (lo que, para entendernos, llamamos vacas locas) el descenso alcanzó al 23%, quizá más.Uno culpa de la alarma a las autoridades sanitarias, o sea al Gobierno, y en caso de que se produzcan enfermedades será para llevarlo al juzgado de guardia. Porque el asunto de las vacas locas no viene de ahora, sino que se sabía desde mediada la década de los años ochenta. Se sabía, desde entonces, lo del prión o proteína infecciosa, el efecto que causaba en las reses la ingestión de harinas hechas con restos de animales, encima enfermos. El premio Nobel Stanley Prusiner y otros científicos habían comparado la enfermedad mortal llamada del escalofrío que se producía entre los miembros de algunas tribus caníbales con la de las vacas locas, a las que se inducía también a una especie de canibalismo metiéndole al vacuno en la dieta restos de sus semejantes. Qué animalada.
Ese tipo de piensos se prohibió en España, aseguran; sin embargo, no es seguro que algunos ganaderos no los hayan estado dando de matute a las reses. En realidad, tampoco tenemos constancia de lo que hemos estado comiendo durante los últimos años. Uno de los motivos de la preocupación por el asunto de las vacas locas es no saber a ciencia cierta qué nos estuvieron vendiendo los carniceros.
Oyéndoles, sí: lo mejor y más fresco de la cabaña nacional. Claro que sólo de boquilla. Ninguna ley ni autoridad les obligaba (ni ahora tampoco) a informar de la procedencia de las canales, menos a garantizar mediante certificado oficial la veracidad de la información. En las carnicerías, pregunta el cliente y, según proclama de viva voz el carnicero, la ternera es de Ávila; el cordero, de Segovia; el chuletón, de Galicia; el entrecot, de Asturias, todo ello matado ayer y traído hoy, faltaría más. Y así. Pero vaya usted a saber, porque entran en las carnicerías carnes importadas de los países cercanos, o de los confines del continente, o del otro. Y han de venir congeladas pues si no se pudrirían. Y si el carnicero las vende como frescas poniendo un precio abusivo, está cometiendo fraude con la clientela, y a su vez un delito añadido contra la salud por no advertir al comprador que esa carne está descongelada y por tanto ya no la puede congelar.
Pasa otro tanto en las pescaderías, donde tampoco hay información fehaciente sobre la procedencia de las especies, ni si las trajeron congeladas y el pescadero las descongeló para venderlas más caras. La compra de la alimentación básica se ha convertido en un albur, en una arriesgada contingencia. Por supuesto que hay carniceros y pescaderos de una probidad intachable; lo cual no impide que los demás nos engañen, nos roben y nos perjudiquen la salud, sin que las autoridades sanitarias -o sea, el Gobierno-, tome cartas en el asunto.
Y más escándalos pueden llegar, más enfermedades surgir. Ahí, por doquier, alienta la fiesta taurina, donde la invalidez perniciosa y la torpeza locomotriz de los toros de lidia permite sospechar que los sacan drogados, un equipo de investigadores y veterinarios ha descubierto algo, y a pesar de ello se venden las carnes en el mercado, con su rabo, allá penas el peligro que tienen los huesos y la médula de los bóvidos.
El negocio muchas veces donde saca mayor sustancia es en el puerto de arrebatacapas. Y el de la alimentación parece ser uno de los más golosos porque tiene fácil el fraude, que reporta pingües ganancias marginales. Si es a costa de la salud y la vida de la gente, mala suerte, allá penas. Aunque tampoco se crea que si uno se pone malo por comer porquería pasa gran cosa. Antes al contrario, probablemente le dirán que es por fumar. Y se irá a la tumba estafado, envenenado, acusado de suicida y con cara de primo.
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