_
_
_
_
_
Tribuna:HORAS GANADAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El diablo del 'kitsch' RAFAEL ARGULLOL

Rafael Argullol

El infierno debe de ser muy parecido a estos hogares en los que cientos de figuritas acechan al pobre visitante. Seguramente el condenado debe entrar en los círculos infernales con el mismo aturdimiento con que la víctima de tales decorados pasea su mirada por las estanterías repletas de objetos. Lo más duro es que, aunque intentan evitarlo, se pasan la existencia entre esos pequeños horrores como si no fuera posible vivir al margen de los diablejos. Están en todas partes: en las escuelas, en los escaparates, en las oficinas y, si no están en la propia casa, están en las otras casas. Sólo el misántropo puede evitar el rigor de tales castigos.Estas imágenes inmundas, o cursis, o vulgares son, pues, en apariencia, imprescindibles para que siga su curso la vida cotidiana de muchos seres humanos, no porque les proporcionen ninguna satisfacción estética, sino porque su exhibición les promete la pertenencia a un supuesto medio acomodado o, simplemente, les parapete frente a la soledad. Para todos esos hombres y mujeres, un espacio más austero y despojado es sinónimo de pobreza o de frialdad.

Entre los diablejos que habitan el denso universo del kitsch los hay que representan el desecho barato (de donde procede el término, utilizado por pintores y marchantes en Alemania del siglo XIX), la chatarra estética, la imitación grotesca o la broma escatológica. Los peores, sin embargo, son aquellos, supuestamente refinados, que representan el más bajo sentimentalismo. Las vírgenes de cartón, los budas dorados, los enanos fosforescentes se delatan a sí mismos, sin grandes pretensiones. Pero, ¿qué decir de un delicado lladró, de esas figuritas que reflejan, según Vicente Lladró, "las maternidades con cariño, las alegrías, la paz"?

Los lladró nos persiguen tan encarnizadamente que uno puede encontrárselos fácilmente en Río de Janeiro, San Petersburgo o Shanghai, siempre a la vanguardia de los buenos sentimientos de porcelana. Hasta ahora, sin embargo, podríamos consolarnos con la idea de que se trataba únicamente de un rentable negocio internacional construido alrededor de fetiches emocionales.

Ya no tenemos este consuelo: los lladró han ocupado, como arte contemporáneo, uno de los principales centros culturales -públicos- de Mallorca, el Casal Solleric, con el patrocinio del Ayuntamiento de Palma. Podríamos escandalizarnos con esta invasión de un territorio que hasta el presente había correspondido a Kandinski, Malévich o Miró. Estábamos acostumbrados a contemplar los caballitos saltarines y las damas aterciopeladas en horribles interiores domésticos o en hoteles de lejanos y exóticos lugares, pero no en un museo o en un centro cultural.

Por el contrario, también podríamos agradecer la valentía vanguardista de quienes han concebido y realizado una iniciativa de este tipo: nada como una exposición de lladró, considerados solemnemente obras de arte, para mostrar hasta qué punto se ha avanzado en el camino del escapismo y la falsa sensación, del simulacro y la basura espiritual. En un escenario público, y amparada políticamente, una exhibición de este tipo nos ayuda a comprender cuál es "nuestra cultura" y cuál es nuestra política cultural.

Estas diablejos sosos y relamidos son muy próximos a tantos otros que nos rodean -tan dulzones y tan siniestros- desde las páginas de revistas y libros y, más contundentemente, desde las pantallas de la televisión. Hay una extraña coherencia entre los personajes que asoman continuamente en la pantalla -soeces, obscenos, parodiadores de los demás y de sí mismos, carne de escarnio- y los monigotes tipo lladró, pegajosos y asfixiantes. Unas y otros conforman un mundo superficial y resbaladizo que transcurre ante sus espectadores sin dejar rastro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Más allá de la esfera privada, el asentamiento de un determinada atmósfera pública en la que asoman rasgos kitsch tiene mucho que ver con el retroceso del riesgo y la experimentación creativos en el terreno del arte, y con la confusión de éste con la rentabilidad, el éxito inmediato o el poder. En estas circunstancias es fácil incurrir en la demagogia estética de presentar el producto oportunista como obra de arte tan sólo porque es popular, famoso o emotivo.

El costumbrismo y el casticismo se abren paso sin dificultad allí donde el pragmatismo político, que es necesariamente conservador, aconseja un respeto sagrado de la realidad, concepto que nadie sabe explicar, pero al que se recurre como justificación suprema. Y, puestos a "atenerse a la realidad", acaba siendo indispensable recurrir a lo emocionalmente falso, pero dócil, y a lo estéticamente intrascendente, pero confortable e inocuo.

Sin crítica y sin riesgo el arte deriva inevitablemente en lladró, esos diablejos escapados de sus claustrofóbicos reductos. Pero al verlos como exponentes de la cultura uno recuerda la asociación del kitsch de un diablo moderno tal como propone Vladímir Nabokov a propósito de Almas muertas, de Gógol. Con la diferencia de que en su fragmento la visión se convierte en olor: "El propio Chichikov es el representante mal pagado del diablo, un vendedor ambulante del Hades: 'nuestro Chichikov, de la firma Satán&Co.' La grieta en la armadura de Chichikov, esa grieta herrumbrosa que emite un suave pero asqueroso olor es la apertura orgánica en la armadura del demonio. Es la estupidez esencial".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_