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Ecología y construcción

¡Basta de palabras! ¡Basta de papeles y de discusiones! Se necesitan acciones.Así se expresaba el arquitecto belga Lucien Kroll al trasmitir a un amigo el proyecto que acaba de subvencionar la Unión Europea, Equinox 2000, teoría y práctica de la concepción de la energía y de la tecnología sostenibles para el nuevo milenio.

Lucien Kroll, muy ligado a Valencia, donde ha estado varias veces invitado, una de ellas por la alcaldesa para la inauguración del Palacio de Congresos, es uno de los más importantes arquitectos y urbanistas europeos que construye e investiga dentro de los parámetros de la ecología. Comentaba que Equinox ha nacido de la fuerza y unión de varios equipos multidisciplinares (arquitectos, urbanistas, paisajistas, técnicos), bajo la iniciativa de los Verdes y con la aceptación de la Comunidad Europea.

La subvención de la Comunidad Europea es algo fundamental. Es a esto, al compromiso de los políticos, a lo que apelaba Lucien Kroll cuando enérgicamente decía que se necesitaban acciones. Pues éstas, en lo que a materia de urbanismo, arquitectura y organización del territorio con criterios de sostenibilidad se refiere, tienen que venir de los políticos, de las administraciones y de los poderes públicos en general. Ellos son los que están económicamente más capacitados y pueden construir obras importantes desde el punto de vista de la inversión.

Toda obra pública asume una vertiente simbólica de representación urbana. Y una obra con criterios de calidad ambiental aspira a una mejora de la construcción, a una reducción del gasto en la energía no renovable y a un rendimiento más adecuado con respecto al clima, a un ahorro energético y a unos costes de mantenimiento asequibles y duraderos. Apunta, pues, a una mayor calidad de vida, a un ahorro económico fundamental y a una aproximación a la naturaleza. Solidaridad, salud y modernidad se dan la mano. Una construcción que inicie el estudio de la sostenibilidad es tanto un reto como una urgente necesidad.

¿No sería una maravilla -vamos a soñar un poco- que nuestro gobierno actual en vez de dedicarse a obras costosísimas, en construcción y mantenimiento posterior, carísimos edificios de una calidad más que dudosa, con un retorcido tipo de estética que se asienta en el populismo y en la demagogia del "éste es más singular que ningún otro", de un impacto ambiental alto y que desprecian por completo el medio en el que se asientan y el contexto que les rodea, optaran por edificaciones más acordes con criterios medioambientales y de sostenibilidad?

No nos engañemos, todo este faraónico tipo de construcciones puede que esté, desgraciadamente, muy a la moda, pero difícilmente la ciudad podrá superar el grave déficit económico de construcción y de mantenimiento, repito, y el daño ecológico que inflige. Construcciones que se convertirán vertiginosamente en obsoletas y que marcan un urbanismo con ejes de crecimiento que desarticulan el centro urbano.

Pero no solamente hay que pensar en este tipo de arquitectura. Acuden a mi mente edificaciones no lúdico-turísticas-comerciales, cuya ubicación más acertada sería un parque temático, sino construcciones más necesarias para el día a día de la ciudad: escuelas, guarderías, hospitales, centros de salud, plazas arboladas y, por supuesto, universidades. Y si ni la Generalitat ni el Ayuntamiento inician el paso, que en algunas partes ya se está dando, hacia una arquitectura y una ciudad con criterios ambientales, podría emprenderlo la Universidad. Pues aunque las diversas universidades de la Comunidad tienen sus campus universitarios ya proyectados, todas ellas se encuentran en renovados procesos de ampliación, que les obligan a continuar edificando para albergar servicios, bibliotecas, aularios o facultades.

En Cataluña existe un plan, firmado por la Consejería de Medio Ambiente y la Universidad Politécnica, encaminado a la consecución de construcciones regidas por criterios ambientales tanto en el diseño como en la construcción y en su posterior utilización. Las primeras actuaciones dentro de esta línea son el Nuevo Campus Tecnológico de la Mediterránea, que comienza a construirse en Castelldefels, y la ampliación de la Escuela Universitaria de Manresa.

¡Qué importante sería que cualquiera de las cinco universidades de la Comunidad, en principio centros de saber, de investigación y de orientación, enfocaran las nuevas construcciones con criterios ambientales! Y que en el área de la Universidad Politécnica de Valencia o en el Campus de Tarongers de la Universidad de Valencia, por hablar de lo más próximo, se construyera un edificio actual, solidario con la cultura contemporánea y con la naturaleza, que elevara la calidad de vida, que ahorrara, que reutilizara, que reciclara. Sostenible, ahorrativo, solidario con el medio. Hijo de la problemática actual y por lo tanto moderno y contemporáneo, pero no a la moda (para moda ya tenemos los parques temáticos, muchos de los programas de televisión o cualquier coche, jabón, actitud o línea de vestidos que sutilmente nos dicta la publicidad. ¿No les parece?).

De alguna manera representaría para todos nosotros, la comunidad universitaria y la ciudadanía, el símbolo de la cultura y del saber, de la modernidad bien entendida, que rechaza el vedetismo y la originalidad tantas veces gratuita, narcisista y, en el fondo, tristemente decimonónica. Y sería una lección vivificadora para todos aquellos alumnos de arquitectura, de ciencias, de ciencias sociales, de agrónomos, de economía, de geografía, etcétera, que están pidiendo o más bien esperando que se les imparta, aunque saben que el entorno no les es favorable, conocimientos y estudios sobre esta materia, la ecología, para poder aplicarla en sus diferentes campos.

Y dejo vagar mi imaginación, un poco soñadora, si se quiere. Siempre me ha gustado especialmente el claustro decimonónico de nuestra vieja y querida Universidad de la calle de la Nave. En el centro Lluís Vives, alrededor las columnas dóricas, robustas y austeras, silenciosas, como eternas acompañantes de un camino diario y siempre renovado: el estudio, la investigación, la docencia, la transmisión de unos a otros, la alegría sin fastos del saber, la solidaridad de la ciencia. Y todo ello cercado, abrazado por el rumor y el latido de la ciudad que se despliega a su alrededor. Un nexo de relación, de comprensión mutua se deslizaría entre el viejo edificio, núcleo de la Universidad, y la nueva facultad de Tarongers o de cualquier edificio de la Universidad Politécnica realizados con criterios de sostenibilidad.

Trini Simó es historiadora del arte.

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