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El nuevo presidente de Perú elige a Pérez de Cuéllar para liderar el posfujimorismo

Entre gritos de "ya cayó, ya cayó, la dictadura ya cayó", Valentín Paniagua, de 64 años, juró ayer como presidente provisional de Perú ante el pleno del Congreso. Atrás quedan diez años de un régimen marcado por el autoritarismo, cuyos dos pilares -el ex presidente Alberto Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos- son hoy dos cadáveres políticos. Uno, refugiado en Japón; el otro, prófugo de la Justicia en algún escondite de Perú. De manera inesperada, a Paniagua le corresponderá dirigir la transición hasta las elecciones anticipadas previstas para el 8 de abril del año 2001.

"Nace hoy un nuevo tiempo", proclamó el presidente en su primer discurso. Hace una semana, este brillante constitucionalista, líder del histórico partido Acción Popular, regresó a la primera fila de la escena política al asumir la presidencia del Congreso. La fujimorista Martha Hildebrandt había sido derrotada por una moción de censura de la oposición. La posterior dimisión de Fujimori y de los dos vicepresidentes dejaron la vía libre a Paniagua, quien por mandato constitucional debía acceder a la presidencia de la República. De su primer discurso, lo más destacable es el anuncio de que el ex secretario general de Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar, líder de Unión Por Perú (UPP), será el nuevo primer ministro. Pérez de Cuéllar pertenece a una de las viejas familias políticas peruanas y fue derrotado por Fujimori en las elecciones presidenciales de 1995. Hoy se conocerán los nombres del Gobierno. Paniagua trató de recoger en sus primeras palabras las enormes expectativas de los peruanos, agotados por el espectáculo que ofreció en las últimas semanas el tándem Fujimori-Montesinos. "Un sentimiento de fe anima a los espíritus de la nación y una ilusión, acaso excesiva, de los peruanos", dijo.

Paniagua expresó su voluntad de "consolidar la Constitución como norma de vida y convivencia diaria" y pidió "no reconocer a otro caudillo que la Constitución en esos escasos ocho meses que nos corresponden" hasta la entrega de la banda presidencial, prevista para julio del 2001. Paniagua hizo suyos los "principios de la ética incaica: laboriosidad, veracidad y honestidad".

El presidente provisional avanzó algunos de los propósitos del nuevo Gobierno, especialmente en el terreno económico: equilibrio fiscal y revisión de la estructura de la deuda externa. "Evaluaremos los resultados de las privatizaciones y el destino de los más de 9.000 millones de dólares (unos 1,8 billones de pesetas) obtenidos por la venta de las empresas públicas". No hubo una sola mención a su antecesor en la presidencia de la nación ni a la búsqueda del ex asesor Montesinos, pero sí marcó distancias con el régimen de ambos. En este sentido, garantizó la neutralidad de las instituciones en el próximo proceso electoral, el sometimiento de las Fuerzas Armadas y policiales al orden constitucional y la independencia del poder judicial. Hizo un llamamiento a los empresarios nacionales y extranjeros para permitir un tránsito sin riesgos.

Hasta la proclamación de Paniagua como presidente, el Congreso fue un hervidero donde los caldeados ánimos de algunas diputadas fujimoristas fueron la viva expresión de su frustración, a raíz de la dimisión de su líder a miles de kilómetros de Perú. Abandonados por su presidente, los fujimoristas aún no se han recuperado del golpe.

El futuro de Fujimori parece cada vez más lejos del país que abandonó la semana pasada, sobre todo a medida que empiezan a aflorar las sospechas de enriquecimiento ilícito y su vinculación a la red de corrupción tejida durante una década con su asesor. El procurador para el caso Montesinos, José Ugaz, ha pedido el levantamiento del secreto bancario de Fujimori en Singapur, donde presumiblemente tiene dos empresas fachada, en colaboración con el ex jefe del servicio de espionaje.

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