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El cosmos automático

Roberto Matta es, en cierta forma, el Picasso latinoamericano. No tanto por su diversidad creativa -se ha mantenido fiel a un universo pictórico muy suyo, siempre muy reconocible-, sino por su personalidad, su intensa y fecunda vida artística y su estrecha relación con buena parte de los otros grandes creadores de su época.El pequeño gran monstruo que es Roberto Matta es quizá el último testigo vivo de la más explosiva era en el arte, la primera mitad del siglo pasado. Testigo y protagonista. Al terminar sus estudios de Arquitectura en Chile se fue a Europa en 1933 y entró a trabajar en el estudio de Le Corbusier y Alvar Aalto; más adelante, lo hizo al lado de Gropius y Moholy Nagy. Sabueso de las ideas transgresoras en el arte, se inclinó por la pintura y siguió camino a París.

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Amigo de García Lorca, Alberti, Neruda, Picasso, Miró, Dalí y Alberto Sánchez, fue saludado por André Breton como uno de los suyos nada más conocerlo. Estuvo ligado al movimiento surrealista, quizá más por afinidades intelectuales que artísticas.

Sus telas son explosiones cósmicas y mentales, juegos de color y formas espontáneas, seres espeluznantes, alienígenas y primitivos.

Su estancia en Nueva York también dejó huella. Allá entró a formar parte del parnaso de los exiliados europeos, como Ernst, Tanguy, Duchamp, Léger y Mondrian. Los expresionistas americanos, como Pollock, Motherwell, Rothko y Gorky, se sintieron seducidos por su mundo y por las posibilidades de su automatismo psíquico.

A pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en Europa y Estados Unidos, el arte de Matta ha sido también una referencia inevitable para los artistas latinoamericanos. No es que se hayan dado muchos seguidores de su estilo, pero sí de su actitud exploradora de artista y sus pronunciamientos como hombre de izquierdas. Matta dejó clara en cada momento su posición antifascista y fue un crítico activo contra la dictadura de Pinochet. La preocupación por los temas sociales y políticos ha sido constante a lo largo de toda su vida.

La herencia de Roberto Matta, para artistas de todas las latitudes, es la de su compromiso con la vida y con su propia e inagotable libertad creadora. Su patria poética no cree en las fronteras.

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