_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A pesar de todo, abrir vías nuevas Jordi Solé Tura

Además del espanto, de la indignación y del dolor, la furia asesina de ETA nos está llevando a una división política que casi no deja más espacios que el blanco y el negro. En Euskadi ya se ha consolidado una línea divisoria que sitúa a un lado los constitucionalistas y al otro, los llamados soberanistas. Y fuera de Euskadi el rechazo del terrorismo se vincula cada día más a la defensa de una Constitución amenazada.A ETA esto le va de perlas. A los demás depende, porque defender la Constitución contra el terrorismo nos une ciertamente a casi todos, pero no está claro que estos casi todos tengamos el mismo concepto de la Constitución que defendemos. Y al otro lado, el de los adversarios de la Constitución, no creo que todos estén dispuestos a rechazarla en bloque ni menos todavía a destrozarla con bombas.

Pongamos un ejemplo. El presidente del Gobierno, José María Aznar, dice y repite que jamás aceptará ideas como la de una descentralización que convierta a las comunidades autónomas en sujetos más activos y una modificación del Senado como Cámara de representación real y efectiva de las propias autonomías. Para él, defender la Constitución quiere decir más centralismo económico y político, reducción de las comunidades autónomas a una especie de macroprovincias, eliminación de los nacionalismos autonómicos, más poder para el Gobierno central y más exaltación nacionalista del Estado. Y para que no haya equívocos su Consejo de Ministros se parece cada día más a una cancha de entrenamiento para posibles presidentes de comunidades autónomas bien sujetos y controlados desde La Moncloa.

Otros defensores de la Constitución no lo ven así y propugnan un modelo más descentralizado, más abierto a la diversidad real del país, con más reparto de poder entre el Gobierno central, las autonomías y las ciudades. Algunos llaman a esto federalismo, otros no, pero en todo caso hay una poderosa corriente que se extiende en las comunidades autónomas y en las ciudades y que busca una vía coherente para enfrentarse con el inmediato futuro de la moneda única y de la construcción de la Europa comunitaria más allá de las fronteras tradicionales.

Éste era, precisamente, el modelo del primer borrador de la Constitución que elaboramos los llamados siete padres de la misma en 1977. El gran salto adelante de aquel texto fue, sin duda, la creación de las comunidades autónomas, que eran una fórmula de autogobierno pero, por encima de todo, una fórmula para integrar todas las diversidades, nacionalistas o no, y para igualar las condiciones de vida de un país desgarrado por las emigraciones y las desigualdades. Por ello, en aquel primer borrador se creó un Senado que estaba formado por representantes de los Parlamentos autónomos y que, por consiguiente, representaba directamente a las autonomías.

Todo aquello cambió en la discusión posterior del proyecto de Constitución y la UCD consiguió transformar aquel Senado autonómico en un Senado descafeinado que representaba a las provincias, con lo cual la gran novedad de las comunidades autónomas se quedaba a medio camino, sin ninguna institución que las representase como tales. Deshacer ese entuerto se puede llamar federalismo o no, pero hay que deshacerlo si queremos que nuestro sistema constitucional funcione como es debido. Y, desde luego, está claro que las apelaciones al federalismo no son meras proclamas teóricas, sino demostraciones de un proyecto que viene de lejos. Esto es lo que como miembro redactor de la Constitución he pensado siempre, convencido como estoy de que si se hubiese avanzado en este terreno muchas de las tensiones actuales no existirían, porque todos tendrían un papel más activo en la gobernabilidad general del país.

En definitiva, la terrible presión del terrorismo nos agrupa como defensores de la Constitución, pero de ninguna manera podemos aceptar que defender la Constitución es comulgar con la versión que de ella nos da el Gobierno del PP y tenemos el derecho y el deber de no sólo polemizar con éste, sino de batallar políticamente para cambiarlo.

Algo parecido ocurre en el otro lado, el del nacionalismo. En Euskadi es un gran error meter a todos los nacionalistas en el mismo saco porque ETA no es el PNV y porque dentro de este último y de otras formaciones políticas nacionalistas hay opiniones divergentes. Pero si en el lado constitucionalista José María Aznar se arroga el papel de defensor de las esencias patrias, en el PNV, Xavier Arzalluz ejerce más o menos el mismo papel. Tiene una visión centralista de Euskadi, no quiere ni oír hablar de federalismo, habla de proyectos políticos que no creo que pueda aceptar en su fuero interno a menos que haya perdido de vista el mundo en que vivimos, se encierra en un inmovilismo sin alternativas y conduce a su formación política a un terreno sin salida. Dentro y fuera del PNV y de otras fuerzas nacionalistas existen, sin duda, opiniones diversas, concepciones diferentes y visiones más claras del futuro de Euskadi en una España más descentralizada y un espacio europeo con moneda única y creciente unificación social y política. Posiblemente son estas gentes las que acabarán tomando la dirección de un partido tan importante como el PNV, y de otras formaciones políticas y que incluso seguirán debatiendo entre constitucionalistas y soberanistas, pero sin soflamas ni exabruptos.

¿Y qué decir de Cataluña, donde Convergència i Unió es medio soberanista y medio antisoberanista, con un partido profundamente dividido entre Convergència por un lado y Unió Democrática, por el otro, con escándalos de corrupción que no han hecho más que empezar, con una dependencia total y patética de su principal adversario, o sea el PP, y con un líder histórico, Jordi Pujol, tan enemigo del federalismo como el propio José María Aznar, que termina su importante carrera supeditado a las exigencias y a los exabruptos de éste.

En definitiva, la batalla contra ETA nos une, nos agrupa. Pero hay líderes y programas políticos que nos dividen, unos por obsoletos, otros por sectarios. Por esto creo que a pesar de la terrible presión del terrorismo es hora de abrir vías nuevas, más aireadas y creadoras que la de estos dirigentes que conducen a la sociedad española hacia el estancamiento y la cerrazón.

Jordi Solé Tura es senador por el PSC-PSOE.JORDI SOLÉ TURA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_