Tratamiento formalista
A pesar del notable fondo discográfico que ha acumulado en los últimos años con el sello Blue Note, la noticia de portada del concierto de la pianista brasileña Eliane Elias fue un vestido negro, largo y ceñido, rematado por arriba con un generoso escote palabra de honor y por abajo con unos volantes. En cuanto se quitó los zapatos de tacón alto para manejar con comodidad los pedales del piano, aquellos le dieron cierto aire de rutilante cíngara versallesca.Hubo que saltar a la página dos de la sesión para encontrar el titular estrictamente pianístico, y éste no fue tan prometedor. La pianista brasileña arrancó con un clásico, Bye bye blackbird, basado en agilidades vistosas pero tirando a truculentas, de pertinencia dudosa y significado más bien turbio. A falta de hondura, el adiós al mirlo quedó así en un simple hasta luego, dicho además como de pasada a un plumífero cualquiera de color desvaído. Tener en mente al trío de Bill Evans no fue suficiente porque faltaba llevarlo al corazón para bombear intensidad y convicción a la música.
Eliane Elias trio
Eliane Elias (piano y voz), Scott Colley (contrabajo) y Satoshi Takeishi (batería). T. Albéniz. Madrid. 15 de noviembre.
Parte de ese tratamiento formalista se prolongó al resto de la sesión, dominada por maravillas de Jobim tales como Chega de saudade, o un popurrí sobre Aguas de Março y Agua de beber resuelto con inexplicable sequedad. Apoyada por una sección rítmica de garantía que tuvo sus momentos de lucimiento, Elias cantó muy bien después Caminhos cruzados, regulando con éxito ese susurro deliciosamente canicular endémico de Brasil. Por eso no se entendió que al piano le entraran prisas de gran urbe y agolpara líneas y figuras rítmicas con cuestionable sentido del tempo y del equilibrio. Improvisar es mucho más que juntar ideas a granel, y Elias no pareció dispuesta a hilarlas para lograr un todo elocuente y homogéneo.
Babelia
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