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Tribuna:70 años de la publicación de "La rebelión de las masas"RAMÓN RODRÍGUEZ
Tribuna
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Acerca de la cultura universitaria

Setenta años después, la Misión de la Universidad de Ortega sigue dando que pensar. Su tesis de que la formación cultural precede en rango e importancia a la preparación profesional y a la investigación resulta, vista desde nuestra situación, cuando menos provocativa. Nadie dudaría ciertamente de que la Universidad, en un sentido amplio, sigue siendo, a pesar de sus dificultades crecientes, un centro que no sólo produce y emite cultura, sino que reflexiona sobre ella y la recrea permanentemente. ¿Pero es también un lugar de formación cultural? Ésta es la cuestión. Pues cultura universitaria -tal es la enseñanza específica de Ortega- apunta siempre a aquel género de actividades que propenden, expresa o tácitamente, a una interpretación global de nuestro mundo, que pretenden dar indicaciones para saber dónde estamos y con ello comprendernos a nosotros mismos. La idea de universitas implica esa unidad en la pluralidad, ese esfuerzo por la integración sin la que no hay cultura propiamente dicha. No se trata de saber de todo, sino de ejercer la aspiración a una orientación en la realidad que nos toca vivir. Pretensión que, si no se ejerce conscientemente, la propia dinámica histórico-social nos la da resuelta, incluso en una época supuestamente fragmentaria y carente de ideología como la nuestra.Pero hay que reconocer que la Universidad está hoy movida por otros afanes. La realidad universitaria está, a las puertas del siglo XXI, absolutamente determinada por la exclusividad de la preparación profesional y la investigación. No hay otro horizonte real desde el que pensar sus posibilidades de acción y de creación. Sus esfuerzos de innovación están movidos por el apremio de adaptarse al cambio social, tecnológico y económico. Y esto constituye su realidad, precisamente en aquello que tiene de más vivo y despierto, de ahí su importancia para el análisis de la situación. Pues, en efecto, la Universidad como institución entiende la exigencia orteguiana de estar a la altura de su tiempo en el único sentido de la flexibilización de sus estructuras docentes, investigadoras y administrativas para dar cumplimiento a las demandas de la nueva economía. Pero no ve la necesidad de preparar ella una respuesta cultural; se deja dictar por las nuevas realidades sus exigencias, pero no interpreta su sentido, no prevé un espacio universitario para ello y deja que sean otras instancias sociales quienes promuevan el esfuerzo de comprensión.

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En este panorama, no es de extrañar que la vida cultural ocupe hoy un lugar casi marginal en la Universidad: convertida en una academia profesional para la mayoría, en un centro de investigación especializada para unos pocos, la formación cultural está reducida a las llamadas "actividades culturales", que se realizan abundantemente, pero que no pasan de ser un entretenimiento perfectamente superfluo. Pero no se cuenta con la cultura como una posibilidad real del quehacer universitario. El estudiante medio, encerrado en horarios extensísimos y atenazado por la mentalidad pragmática del curriculum escolar, vive la universidad más como una prolongación de la enseñanza secundaria que como un ámbito nuevo que ofrece posibilidades de formación que trascienden las exigencias de su "carrera".

¿Debemos renunciar entonces a que la Universidad sea un foco de formación, creación e irradiación de cultura? Evidentemente no; la Universidad es la única institución de la vida social que sigue atesorando un potencial de formación cultural que, sin embargo, es incapaz de organizar, dinamizar y dirigir, ante todo, hacia su propio interior. Es urgente que se haga cargo de la necesidad de establecer los medios y los espacios para romper las barreras entre "las dos culturas", la humanística y la científica, que escinden sus campus, que comprenda la necesidad de arbitrar modos de comunicación y, si es posible, de integración entre los distintos saberes que cultiva y que considere esta labor como plenamente universitaria, no como un complemento más o menos interesante o un adorno prescindible. Es aquí donde la meditación orteguiana sigue mostrando su plena vigencia: poner en contacto al universitario con el "sistema de ideas vivas de su tiempo", más acá de la fragmentación de sus planes de estudio, es una labor de la que la Universidad no puede desertar, si no quiere negarse a sí misma.

Ramón Rodríguez es catedrático de Filosofía y vicerrector de la Universidad Complutense de Madrid

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