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Vive la France?

Vicente Molina Foix

Todos los países son hermosos. Si la historia no tuvo tiempo de darle a alguno un pasado artístico, la naturaleza lo puede remediar, y donde faltan las catedrales están los atolones de madréporas, la floresta y su secreto reino animal. El viajero de apetito nunca se decepciona. Hay en lugares salvajes rostros humanos con una filigrana más bella que la del Rococó. Y aún nos queda por conocer una gran parte del mundo abisal, el planeta Marte, la Luna.Sin ir tan lejos, Francia a mí me pone en órbita fácilmente. La riqueza de su patrimonio pictórico y arquitectónico es inagotable, pero aun así no debe ser mayor que la de Italia, España o Alemania, por no hablar de la India, ese ilimitado museo abierto entre los hombres y los dioses. La conmoción que me produce Francia es superior a la contemplativa o la extática. Como sociedad, o, más precisamente, como cultura, Francia está (y no sé cuánto tiempo lleva así) más cerca de lo ideal que los demás países que conozco, condicionados y aferrados a lo real.

Ser un afrancesado en la España de la monarquía absolutista era un gesto político. Hoy, aunque todos seamos más o menos igual de demócratas, también. Francia está luchando una guerra de independencia social y cultural que, por los sorprendentes pliegues de la historia, la enfrenta sin derramamiento de sangre a su antigua colonia americana. Y en esa aspiración que algunos llaman chauvinista y yo sólo utopista se da un consenso nacional que supera ideologías, siglas, regiones. José Bové, el robinhood bretón que dispara sus flechas a las cadenas de hamburgueserías yanquis con nombre escocés (otro retruécano de la justicia poética), tal vez se quede en la leyenda folclórica. Pero Francia quiere hacer historia. Ya veremos si la dejan.

En mi condición de supuesto anglófilo infiltrado escojo para comentar dos noticias recientes, ninguna de ellas de primera página. "Francia impone una Carta de Derechos de la UE laica"; "Francia superó en el año 1999 a México como nuestro principal cliente del sector editorial". Al primer titular seguía una información de Carlos Yárnoz por la que nos enterábamos de que el Gobierno de Jospin, arguyendo el sagrado laicismo de su Constitución republicana, había logrado modificar en el Parlamento de Bruselas una primera redacción de esa Carta de Derechos en la que, a petición del Partido Popular Europeo, se hablaba de "herencia cultural, humanista y religiosa". El veto francés dejó así la declaración: "Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión se funda sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana". ¿Jacobinismo? ¡Qué alivio desterrar de nuestras normas de vida el cirio y el velo!

Otras veces, Francia pierde su envite, para nuestra desgracia. Mientras que, por ejemplo,la cinematografía francesa goza de la mejor salud continental, con una cuota de espectadores de sus producciones propias muy superior a la del resto de países americanizadamente europeos, la batalla de la "excepción cultural" pasará en silencio a la historia, sacrificada en el altar mundialista del liberalismo de rostro desfachatadamente inhumano.

¿Qué explicación tendrá este 'karma' francés? Religiosa ya hemos visto que no. ¿Racial? ¡Vade retro, Satán! Genética, climática, culinaria... Un positivista francés, Hippolyte Taine, habló de la "temperatura moral" de los pueblos, responsable según él del surgimiento de las grandes creaciones artísticas del hombre a lo largo de los siglos. Convencido de que el buen vino de Burdeos y la saludable costumbre de acabar las comidas con un plato de quesos y no con una pera ayudan a ser civilizado, me pregunto si no será -simplemente, prodigiosamente- una educación adecuada y sostenida, un sentido moral arraigado centrípetamente en la tradición pero abierto hacia lo nuevo y lo transversal, lo que le da a Francia (la madrastra engreída del cliché) esa temperatura capaz de convertirla en la tierra más ardorosamente curiosa del mundo. Tanto que hasta nos leen a nosotros con mayor ahínco que en los países hermanos.

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