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Crítica:ROCK - JETHRO TULL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viviendo en el pasado

Trovador del rock inasequible a los cambios estéticos, Ian Anderson, creador y centro de Jethro Tull y hombre que escribiera hace varias décadas la canción titulada Demasiado viejo para el rock'n'roll, demasiado joven para morir, no parece nada resignado a asumir su cincuentena y se desdice con conciertos como éste, en el que hizo gala de un dinamismo y un histrionismo más propios de un chavalín.Con el recinto lleno del público más variopinto imaginable -hippies viejos, hippies jóvenes, chicos con pinta de rockeros radicales, ejecutivos de traje caro y canas indisimulables, parejitas de veinte años y de mediana edad, padres con hijos y hasta un curioso grupo de señoras mayores, entre otras muchas y diversas categorías-, la banda más singular del rock británico de los últimos treinta años propició un encuentro con viejas melodías que para la extraña secta de fans del grupo son casi salmos eclesiásticos.

Jethro Tull

Ian Anderson (voz, flauta, armónica y mandolina), Martin Barre (guitarra), Doane Perry (batería), Andrew Giddings (tecla) y Jonathan Noyce (bajo). Palacio de Congresos. 3.800 y 4.200 pts. Madrid, martes 7 de noviembre.

Los primeros temas, en especial Nothing is easy y la versión reducida de Thick as a brick, evidenciaron el poderío instrumental de un grupo de arreglos laberínticos en el que la personal manera de tocar la flauta travesera de Anderson se erige en instrumento solista y eje del sonido del grupo. Daba toda la impresión de que Ian Anderson, que portaba pañuelo pirata sobre la calva, y su viejo compinche y guitarrista Martin Lancelot Barre, éste con todo el cartón sobresaliéndole de entre sus largas y ya grises guedejas, tenían verdaderas ganas de agradar a su fiel público español. Se les veía juguetones y entregados a una música que casi todo el mundo, excepto ellos y sus incondicionales, consideran más obsoleta que el teléfono de baquelita. El resto del grupo se comportaba a la misma y altísima altura en cuanto a virtuosismo instrumental y compenetración. Lástima que las cosas no fueran igual de bien en el aspecto vocal. Parece que el solista, cuya manera de decir es una de las más hermosas y originales de cuantas se han podido escuchar en la historia del rock, no llega ya a los tonos altos y resultaba un tanto patético verle estirar el cuello y escamotear al micrófono el sonido de su voz, cada vez que venía un tono comprometido. Con lo bien que cantaba.

En cuanto al repertorio, figuraba una larga muestra entresacada de su cuarentena de discos, con gran presencia de canciones del principio de su carrera, como Bouree, de Johann Sebastian Bach, a la que Anderson, con su habitual ironía, presentó como "un tema compuesto antes incluso de que naciesen algunos de los miembros de Jethro Tull". También sonaron en varios meddleys Songs from the wood, Too old to rock'n'roll..., My God o el celebradísimo Aqualung, que sirvió para poner punto final a las casi dos horas de actuación.

Quizá los momentos más interesantes fueron las interpretaciones de Locomotive breath y, sobre todo, de la dulce Living in the past, canción que resume en su título toda la filosofía de un grupo que amenaza con entrar en el nuevo siglo a contrapelo total. Bueno, al menos siguen tocando muy bien y no se bajan de su burro.

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