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Manuel Vicent asegura que en 'La novia de Matisse' huye por primera vez del adjetivo

El escritor utiliza en su nueva novela su experiencia como dueño de una galería de arte

La belleza no está en el objeto contemplado sino en el sujeto que lo contempla. Al menos eso cree el escritor Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936), que ayer presentó en Madrid La novia de Matisse (Alfaguara), su nueva novela. El libro, con el arte y su negocio como telón de fondo, narra la búsqueda de la salvación a través de la belleza. Un millonario pide a su marchante que se acueste con su mujer, sentenciada por una leucemia. Es el punto de partida, según Vicent, de una novela "depurada" en la que "por primera vez" se ha despojado de los adjetivos.

"El tema era lo suficientemente alambicado y laberíntico como para evitar barroquismos", afirma Manuel Vicent. "Para evitar ese barroquismo", añade el escritor, "me he despojado del adjetivo, y eso ha sido tan duro como arrancarme la piel. He querido depurar mi estilo todo lo posible".Vicent presentó ayer por la tarde su novela en el Museo Thyssen de Madrid junto al pintor Eduardo Arroyo, la periodista y escritora Nativel Preciado y la actriz Icíar Bollaín, que leyó fragmentos del libro. Horas antes, en la presentación a los periodistas en el Círculo de Bellas Artes, Vicent insitió en su idea de que la emoción estética ha sustituido hoy a la religiosa y que por ello La novia de Matisse habla de la redención a través de la belleza.

El doctor

"Matisse es, por supuesto, mi pintor favorito. Pero, además, Matisse era conocido como el doctor, ya que se pensaba que su pintura quitaba las penas y que sus cuadros eran curativos. ¿Te puede curar un cuadro de Matisse? Ésa es la pregunta de la novela". En La novia de Matisse, una mujer muy guapa -"inevitablemente, a los hombres nos perturba la belleza en la mujer"- está enferma y su cercanía con la muerte desencadena los acontecimientos."La belleza te sana, te salva, te hace inmortal por sólo entregar tu vida a ella como hacen los místicos con Dios", dice en la novela uno de sus personajes principales. "¿Y qué es la belleza?", responde el autor de Son de mar, "de entrada algo indefinible, que nace de la emoción al contemplar cualquiera de las bellas artes, desde una catedral a una pintura rupestre". Para Vicent, es el que mira el que genera esa belleza y no al contrario, y por ello la pasión por el arte puede ser un camino hacia la perfección y hacia el equilibrio.

La novia de Matisse es también un retrato del mundo del arte, de sus marchantes, coleccionistas millonarios y críticos. Un mundo que el escritor, dueño de una galería madrileña durante años, dice que conoce bien.

"Muchos de los personajes y situaciones son reales, y desde que empecé a escribir la novela tuve la sensación de que sabía bien de lo que hablaba y eso el lector lo nota. En el libro se mezclan mis recuerdos y mi imaginación. Aunque, a mi edad, memoria e imaginación se confunden demasiado. A mi edad, el cerebro escupe lo negativo y se queda con lo positivo".

"En el tiempo que fui galerista", continúa Vicent, "aprendí a conocer la pintura de verdad, a tocarla y a observar desde muy de cerca, eso también está dentro de esta novela". Giacometti, Matisse, Picasso o Modigliani aparecen en las páginas del libro. "No es que sea un catálogo de mis artistas favoritos, pero de alguna manera sí refleja mis gustos". "La novia de Matisse", prosigue Vicent, "hace referencia a la adolescente desnuda que contempla la danza en el cuadro La alegría de vivir".

Frívola y normal

"En la novela hay dos tipos de mujer: una es la frívola, cuya pasión sexual le hace perder un picasso, y otra, la protagonista, que es una mujer más normal que gracias a su sensibilidad se va reeducando y que logra entrar en la mejor galería de Nueva York y acertar con su comentario al destacar lo bonito que es el suelo, que es el comentario más refinado que se puede hacer en una galería hoy, donde se habla más de los espacios y volúmenes de la sala que de las obras, que, como mucho, se puede decir que son curiosas".

Madrid, París y Nueva York son las tres ciudades en las que transcurre esta novela, en la que aparecen desde hoteles de lujo como el Plaza de Nueva York, a colecciones de abanicos en el Palacio Real, fiestas en mansiones de las afueras de Madrid, visitas al Centro Pompidou y reflexiones de coleccionistas obsesivos. "La novela arranca en 1987 y termina en 1997; es decir, que recorre diez años en los que perfectamente es creíble que un hombre se haya gastado millones en arte para luego perderlo todo".

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