No da risa
El presidente del Gobierno se tronchaba de risa el viernes al comentar con aire juvenil -submarino amarillo, ye, ye- las noticias sobre el averiado sumergible nuclear Tireless, que lleva cinco meses en Gibraltar para inquietud de los habitantes de la zona. Era una risa tan exagerada que inquietaba más que tranquilizaba: como el baño de Manuel Fraga y el entonces embajador norteamericano en aguas de Palomares cuando ambos trataban de quitar importancia a la caída en las inmediaciones de esa localidad almeriense de una bomba nuclear sin espoleta. La risa se le debió helar ayer en la cara a José María Aznar ante las informaciones que ofrecía el diario británico The Guardian sobre el alcance de la avería.El periódico londinense, citando fuentes del Ministerio de Defensa británico, informaba de que las fisuras detectadas en el sistema de refrigeración afectaron a una zona del motor de la nave muy próxima al reactor nuclear que lo alimenta y que hubo un riesgo cierto de que éste se fundiera. Las autoridades británicas negaron ayer este último extremo, pero admitieron que la avería es más grave de lo que en principio se había creído: por la proximidad de la zona dañada al reactor, por el tamaño de la grieta y por la naturaleza de la avería.
Esto explica la decisión tomada recientemente por la Royal Navy de anclar 11 unidades de diseño similar al Tireless ante la sospecha de que la avería no fuera circunstancial -inicialmente se habló de una fisura en una soldadura-, sino estructural: de fatiga de los materiales. El cóctel se vuelve más explosivo si se añade que el submarino pasó en 1998-1999 una revisión-remodelación que duró casi un año.
La inquietud de las autoridades navales británicas estaba, así pues, justificada, y también la de los vecinos del Campo de Gibraltar (250.000 habitantes). Lo que no tiene explicación es el contradictorio comportamiento del Gobierno español. Se comprende que trate de evitar reacciones demagógicas que provoquen alarmas artificiales; pero nada inquieta tanto como la confusión de los encargados de tranquilizar a la opinión. Hace escasos días, el ministro de Asuntos Exteriores remitió a su colega británico una carta en la que consideraba "insuficiente" la información trasladada al Gobierno español, calificaba de "inquietante" la noticia de que la avería pudiera ser estructural y estimaba "alarmante" la hipótesis de que la reparación pudiera durar otros cinco meses.
Estando así las cosas, José María Aznar y el primer ministro británico, Tony Blair, declararon el mismo viernes que no existía "el más mínimo riesgo", que había total transparencia en las informaciones facilitadas a las autoridades españolas y que "la naturaleza del problema ha estado siempre identificada". Esa seguridad contrastaba con declaraciones del ministro de Defensa, Federico Trillo, que todavía el jueves reconocía que el Gobierno desconocía la dimensión exacta de la avería, y con las de fuentes británicas que indicaron que aún no se había terminado el análisis de las imágenes tomadas por la microcámara que había fotografiado la zona dañada.
Las cosas han ido demasiado lejos como para creer a los británicos bajo palabra. El Tireless lleva cinco meses varado en Gibraltar y cada semana se filtran nuevos e inquietantes datos. El asunto de las vacas locas demuestra que el afán por evitar la alarma se puede convertir en ocultación deliberada y potencialmente irresponsable de riesgos. Por ello es precisa una actitud más enérgica del Gobierno español. No hay por qué dar por supuesto que el traslado del sumergible a los puertos británicos homologados sea más peligroso que su reparación en Gibraltar. Urgen explicaciones serias, porque el asunto no tiene ninguna gracia.
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