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Materia oscura

LUIS DANIEL IZPIZUAEl arquero tensa su figura en el aire y lanza una flecha. Ésta traza una trayectoria limpia y veloz, y se clava en su objetivo. El arquero respira hondo y dirige satisfecho una mirada a los jueces y a los espectadores, de quienes espera un gesto de aprobación, un aplauso. La ovación, sin embargo, no se produce y el arquero observa compungido cómo su hazaña deportiva es objeto de discusión y cuestionada en su naturaleza misma. Escucha cómo unos afirman que el acto era gratuito, que no había habido competidores y que, por lo tanto, nada probaba que cualquier otro no pudiera hacer lo mismo. Escucha también cómo los jueces murmuran que ellos habían asistido a una competición de lanzamiento de disco, que ésta había sido suplantada por aquel gesto arrogante y que, en consecuencia, ellos nada pintaban allí.

Se estremece al oír cómo otros valoran su hazaña en función de intenciones que aquélla no sólo no desmentiría sino que pondría en marcha. Hay quienes aseguran que puede ser juzgada como un crimen porque, en la mente del arquero, el objetivo era el corazón de un hombre, razón por la que el disparo había sido tan certero. Hay también quienes tachan de fútil la hazaña, porque todo espectador establece un vínculo necesario entre el arco y su objetivo, una línea recta inmodificable que la flecha está obligada a trazar. En consonancia con los anteriores, pero yendo un paso más allá, hay quienes consideran indemostrable tanto que la flecha haya dado en la diana como lo contrario, puesto que diana, flecha, arco y arquero son fruto del deseo y, por ello mismo, un acontecimiento inquebrantable, un imperativo moral. Cuando espectadores y jueces finalmente se ausentan, el arquero se acerca a la diana y comprueba que es una paloma, que está viva y que ha devorado la flecha. Un aleteo postrero le hace sentirse solo. Luego llueve.

Si tratamos de establecer los motivos que han podido llevar al lehendakari Ibarretxe a convocar la manifestación del próximo día 21 sólo nos podemos mover en el terreno de la conjetura. El hecho en sí es digno de aplauso: una manifestación contra ETA liderada por nuestro lehendakari como representante electo de todos los vascos. Como tal, tendría que haber sido acogida con entusiasmo por todos los ciudadanos, partidos y organizaciones que se enfrentan al terror de la organización armada. Y, sin embargo, no ha sido así. Salvo por los dos partidos que sustentan su Gobierno, la iniciativa ha sido recibida con reparos, dilaciones o rechazos por parte de la mayoría de los organismos de los que se hubiera podido esperar una respuesta entusiasta. Se han cuestionado los motivos, las intenciones: se ha hablado de oportunismo, de operación de despiste, de estratagema para tapar deficiencias, de iniciativa tardía, de camuflado acto de autoafirmación, de instrumentalización del deseo de paz para rehacer la casa y evitar las elecciones.

Todos esos reproches pueden efectivamente ser ciertos, o no serlo. Pero sí podemos afirmar que si el lehendakari Ibarretxe quiso convocar un acto unitario en el que participaran todos aquellos que en rigor debieran participar, ha cosechado un rotundo fracaso. Pues sean cuales sean los apoyos que vaya a concitar su convocatoria, es evidente que ha sido rechazada ya por fuerzas políticas y organizaciones cuyo peso e importancia son considerables. Y eso debiera hacernos pensar, sobre todo a él, sobre las causas de ese fracaso. Una puede ser la forma de llevar a cabo la iniciativa. Pero hay otra que le debiera preocupar mucho más. Que una iniciativa como la suya, de la que sólo se podría esperar que contara con una aceptación unánime, haya recibido tanta tibieza y tanto rechazo, sólo puede ser consecuencia del deterioro de las instituciones y de su figura en particular. El previsible éxito de participación no puede servir para eludir o para tapar esa realidad incuestionable. Podrá servir para ser utilizado como arma arrojadiza, quizá con comparaciones de mal gusto con convocatorias anteriores, que sólo servirán además para incrementar ese deterioro. Pero no podrá soslayar una necesidad que es cada vez más imperiosa para restaurar el prestigio de nuestras instituciones: la de la apertura inmediata de un proceso electoral y la recomposición del consenso democrático. Sin renunciar jamás a esta última urgencia, y dejando a un lado las conjeturas, creo que el día 21 hay que estar. Por la vida.

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