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TRIBUNA

Siempre nos queda Portugal

Vicente Molina Foix

Es un misterio por qué a Portugal se la quiere tanto desde este lado de la península que simultáneamente la ignora. Amor encarnizado en odio, como lo suele ser el de las largas historias sentimentales de hermanos que llevan mal la cohabitación forzosa, se disputan herencias comunes aunque se entiendan sólo por señas, y son cada uno de su padre y de su madre. Tanto como nosotros a ellos, ellos, los portugueses, nos encuentran como país hermoso y semejante, como tropa humana desabrida y prescindible.Los numerosos viajeros españoles que hacen las rutas portuguesas vuelven maravillados, y no pocos con una carga de botellas de buen Oporto en el maletero. El encanto de sus pousadas, un punto menos lúgubres que nuestros paradores históricos; las filigranas del manuelino, un estilo más travieso y ultramarino que el plateresco; Lisboa, que tantas ciudades es, reales y literarias, sin perder la medida de unas normales piernas humanas. Y todo tan a mano.

¿Y la cultura portuguesa actual? Bueno, aquí hay un antes y un después de Saramago, que aparte de escribir sus libros actúa entre los dos países como el casco azul de una latente guerra nunca declarada. Antes de eso Pessoa tuvo en España buenos traductores y defensores tempranos. Al gran Torga se le edita regularmente (como a Lobo Antunes), hay libros disponibles, menos de los que uno quisiera, de Agustina Bessa Luís, y estos días en que Portugal ha aterrizado aparatosamente en Madrid estoy leyendo antologías muy bien hechas de dos poetas modernos de calidad como Sophia de Mello Breyner y Jorge de Sena. En novela y poesía, teniendo en cuenta nuestra limitada y parroquial esfera de curiosidades foráneas, no estamos nada mal. Quizá mejor que ellos respecto a la literatura española contemporánea. Pero con Portugal siempre hay algo que no funciona. Como si, al modo de una maldición bíblica, el bien que una mano consigue la otra deja de hacerlo.

El cine portugués. No existió para nosotros durante décadas, y ahora que el ICAM se siente orgulloso de favorecer con sus ayudas una creciente producción audiovisual que en el año 99 permitió el logro de que cuatro películas portuguesas (de una cosecha anual de doce) compitieran en los grandes festivales de Berlín,Venecia, Cannes y San Sebastián, la exhibición aquí es escasa y timorata. Costó mucho regularizar a Manoel de Oliveira en nuestras pantallas, pero de nuevo esa victoria conlleva víctimas. ¿Dónde está -y sólo cito a tres cineastas incontestables y maduros- la obra cinematográfica de João Botelho, Paulo Rocha y João César Monteiro? Lo de Monteiro tiene delito. En estas jornadas de difusión de la cultura portuguesa que se celebran hasta final de mes en Madrid, junto a presentaciones de libros, conciertos y exposiciones se ha pasado en el Cinestudio del Círculo una buena selección de cortos y largos, y entre ellos esa obra genial y desmesurada de Monteiro que es As bodas de Deus. Autor en ejercicio desde el 68, y con casi una veintena de títulos realizados, sólo las más persistentes ratas de filmoteca habrán podido ver cosas suyas, mientras que en Francia, por ejemplo, ya tiene culto. Protagonista absoluto y narcisista de sus películas, que también escribe, Monteiro está entre Tati y Satie, pero sus referencias no sólo son francesas. Es un espíritu burlón y leído (cita más que Woody Allen, y a veces con más gracia) que hace cine con la libertad de la escritura automática y un rigor formal que obliga a los espectadores a la autodisciplina y el dilatado empleo del tiempo. Sus personajes hablan de pronto en verso o cantan un aria de Mozart para expresarse más contundentemente, y él mismo se comporta como un hombre sin tapujos. En As bodas de Deus (ha terminado después la adaptación de un relato de Robert Walser que me muero de ganas de ver) desnuda ante la cámara sus esmirriadas carnes de anacoreta pintado por Ribera, chupetea a las chicas, lleva la anarquía al sagrado teatro de San Carlos, mientras los fantasmas de Céline, Rabelais, Lorca y Duchamp desfilan en una de las paradas cinematográficas más vistosas y transgresoras de los últimos tiempos. ¿Para cuándo Monteiro en un cine próximo a tu casa, según la fórmula de los distribuidores norteamericanos que tanto se quieren y tanto quieren nuestro dinero?

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