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Barak y Arafat se reúnen en Egipto obligados por la presión internacional

El primer ministro israelí, Ehud Barak, y el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Yasir Arafat, acuden a la cumbre internacional de Sharm el Sheij sin excesivas esperanzas, casi a regañadientes, y preocupados por sus respectivas opiniones públicas. En el mejor de los casos, creen que la cita les permitirá pactar un alto el fuego y el frenazo de la nueva Intifada; una posibilidad que ha provocado la indignación de los movimientos radicales palestinos, que ayer salieron a la calle en los territorios autónomos para protestar contra la reunión y exigir la continuación de la guerra santa contra Israel.

No hay duda: israelíes y palestinos viajan de mala gana a la cumbre de Sharm el Sheij; acuden presionados por la diplomacia internacional, casi obligados a sentarse alrededor de una misma mesa. Una prueba es que ambos dedicaron parte del domingo a torpedear la cita, reclamando un orden del día concreto o asegurando desconocer los objetivos verdaderos de la reunión.El único guión previsto son las palabras pronunciadas el sábado por el presidente de EE UU, Bill Clinton, quien redujo a dos los objetivos: un alto el fuego y encarrilar el proceso de paz. Para israelíes y palestinos esto resulta, en estos momentos, una utopía.

Otra prueba del ambiente pesimista es la nota hecha pública ayer tras la reunión ordinaria del Gobierno israelí. En ella se dice que el Ejecutivo "tiene el sentimiento profundo de que el proceso de paz, en la forma actual, ha llegado a su fin". Con esto, Barak descarta la resurrección de los Acuerdos de Oslo. La cumbre de Egipto, en opinión del Gabinete laborista, puede servir, en todo caso, para alcanzar un alto el fuego con los palestinos y plantear algunas reivindicaciones en materia de seguridad: detención de los jefes de Hamás liberados en los últimos días; sanción para los policías que dispararon contra el Ejército israelí y por fin a la "incitación a la violencia".

Barak no solo daba ayer por enterrado el proceso de paz, sino que empezaba a diseñar un plan alternativo para resolver el problema: la separación física de las dos comunidades. Este plan, diseñado y pactado con Ariel Sharon, el polémico jefe de la derecha nacionalista del Likud, supondría además de la separación de los dos pueblos, la creación en el valle del Jordán de una zona de seguridad para Israel, anexionarse grupos compactos de asentamientos y asegurarse el control de todo Jerusalén. El proyecto incluye la construcción de una serie de carreteras y túneles que ayudarían a dividir aún más a las dos comunidades.

Arafat acude a la reunión de Sharm el Sheij desilusionado y abatido por las presiones recibidas. Sus colaboradores ya advirtieron en la noche del viernes al secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, del bajo estado físico y emotivo de Arafat.

Para el líder palestino también es impensable una vuelta a la mesa de negociaciones. Como su contraparte, a lo único que aspira hoy es a concluir acuerdos concretos en materia de seguridad que hagan efectiva la retirada de las tropas israelíes de los territorios autónomos. Arafat aspira a lograr el levantamiento de las sanciones, incluyendo el fin del bloqueo impuesto desde hace una semana a todas sus ciudades y pueblos. Sin olvidar el punto clave: la formación de una comisión de investigación internacional para aclarar las razones y responsabilidades de los incidentes de las últimas dos semanas.

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Las dudas y la angustia que vive Arafat se puso de manifesto de nuevo en la tarde de ayer. Uno de sus ministros anunció que el presidente de la AP no acudiría a la cita de Sharm el Sheij, con la excusa de no disponer de un orden del día claro de la reunión. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, un anfitrión que controla bien los estados de ánimo de Arafat, utilizó sus recursos de persuasión personal para convencer al líder de la OLP. Poco después, el ministro de Exteriores egipcio, Amr Musa, dio la noticia: "Arafat estará [hoy] en Sharm el Sheij", al tiempo que admitía, como contrapartida, la existencia de ciertos problemas en la redacción del orden del día.

La reacción de Arafat está justificada. Su opinión pública, tras lo vivido en estas dos semanas, no acepta la reanudación del diálogo con Israel. Una parte de la población palestina salió ayer a las calles en los territorios autónomos de Cisjordania y Gaza, para exigirle una posición de dureza: no ir a la cumbre y proseguir con la Intifada.

Radicales del movimiento de Hamás, disidentes del partido gubernamental Al Fatah y militantes de los partidos reunidos en la llamado Frente de rechazo (pro sirio) coincidieron en esa oposición a todo diálogo con Israel.

En medio de esta enorme tensión ambiental, los observadores temen cualquier provocación. Ésta pude llegar de cualquier parte, incluida la frontera jordana, desde donde ayer unos desconocidos dispararon contra una patrulla israelí. Dos soldados resultaron heridos.

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