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La Alianza argentina se resquebraja

El pacto firmado por La Unión Cívica Radical y el Frepaso hace crisis a los 10 meses de Gobierno

En el principio está el fin, decían los griegos, inventores de la política. La Alianza que hace tres años pactaron los líderes de las dos fuerzas de oposición, la Unión Cívica Radical y el Frente para un País Solidario (Frepaso), formado a su vez sobre la base del original Frente Grande de disidentes peronistas, más los socialistas y los democristianos, nunca pasó de ser aquello que sus propios fundadores reconocieron la noche de aquel día: "Nos juntamos para derrotar al menemismo".Por entonces se pensaba que el ex presidente Carlos Menem intentaría una maniobra jurídica para saltarse la cláusula constitucional que le impedía presentarse a una tercera reelección o que, finalmente, designaría un delfín. Los participantes del acto histórico fueron el ex presidente de la nación Raúl Alfonsín, presidente a su vez de la Unión Cívica Radical; el abogado y periodista Rodolfo Terragno, ideólogo del acuerdo; el candidato Fernando de la Rúa, representante del ala más conservadora del radicalismo, y los líderes del Frepaso Graciela Fernández Meijide, sucesiva ganadora de las elecciones parlamentarias en Buenos Aires, y Carlos Chacho Álvarez, el peregrino que había iniciado la travesía del desierto cuando abandonó el menemismo triunfante en 1990 junto con otros diputados de la izquierda peronista y formaron el grupo parlamentario de los ocho.

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El chiste como terapia

"No los une el amor, sino el espanto", habría comentado el escritor Jorge Luis Borges de no haber muerto 10 años antes. Después de tener nombre y sello, Alianza para la Educación, el Trabajo y la Producción, uno de los cofundadores fue designado para encargarse de "redactar un programa". Pero la verdad es que no hubo debate de ideas ni de propuestas. El acuerdo se redujo a una carta a los argentinos. Carta que los tres diputados socialistas del Frepaso, separados esta semana del grupo parlamentario de la Alianza, volvieron a rescatar ahora como parte de un contrato con la sociedad nunca cumplido ni respetado por el Gobierno.

Tres años más tarde y 10 meses de gobierno después, de la Alianza queda el sello y el nombre invocado en vano a diario. El ideólogo Rodolfo Terragno fue despedido de la jefatura del gabinete de ministros por el presidente Fernando de la Rúa y está ahora mismo en Londres, donde comenzó a escribir un libro para contar "la historia de la Alianza". Carlos Chacho Álvarez renunció a la vicepresidencia porque, a su juicio, "o se está con lo viejo, que debe morir, o se lucha por lo nuevo, que esta crisis debe ayudar a alumbrar". El ex presidente Raúl Alfonsín fracasó en sus intentos de suturar la fractura y también en los de manipular al Gobierno para que cambie su orientación económica. Graciela Fernández Meijide no tiene ni voz ni peso político. Se quedó en el cargo de ministra por orden de Álvarez y espera allí, como una extra en el rodaje, hasta que le digan dónde ponerse en la filmación de la escena que sigue.

Por su parte, el presidente Fernando de la Rúa recuperó el control de la toma de decisiones cuando ya lo había perdido. Las encuestas revelan que su imagen cayó por debajo de la mayoría de sus adversarios políticos. La campaña de imagen y los esfuerzos que ha hecho recientemente asistiendo a programas de televisión a los que habitualmente no concurría, como hacía el ex presidente Carlos Menem, para decir que "no hay crisis ni problemas" y asegurar que él retiene "el liderazgo moral" del país, han resultado infructuosos.

Sin embargo, no todo parece estar perdido para la Alianza. La cercanía de la etapa de formación con las elecciones generales evitó en su momento el imprescindible debate y amalgamó nombres, ideas, personas con un solo objetivo: ganar. La ilusión de que el triunfo y las buenas intenciones bastaban chocó de frente y brutalmente contra la herencia recibida. El menemismo anunciaba un déficit fiscal de 5.000 millones de dólares, que en realidad era de 10.000 millones. Las medidas de urgencia para hacer retroceder al Estado desde el borde del abismo hasta un sitio donde pararse a pensar fueron duras. Más impuestos, rebaja de salarios y reducción drástica de gastos.

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El aumento de la des-ocupación, la escasez de dinero, la baja del consumo, la recuperación de la oposición sindical y política, el creciente malestar y el malhumor de la sociedad rellenaban de pólvora la bomba de tiempo. El escándalo de los sobornos en el Senado, cuando la prensa reveló en el pasado agosto que el Gobierno habría pagado a legisladores de la oposición para que aprobaran las reformas a las leyes laborales, fue el detonante. El estallido era inminente.

Ahora, disipado el polvo sobre las ruinas, todos coinciden en la necesidad de reformular la coalición. La Alianza cuenta todavía con las esperanzas de parte del electorado y tiene que gobernar aún tres años más. En ese sentido, un país que da para todo, como dicen sus propios ciudadanos, parece estar dispuesto, según indican los sondeos de opinión, a dar una oportunidad más al Gobierno de recomponerse, y a la Alianza, de discutir al fin su ser o no ser, o, mejor aún, su servir o no servir, y para qué.

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