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La muerte de Oslo Edward W. Said

Tergiversado y desesperanzadamente viciado desde el comienzo, el proceso de paz de Oslo ha entrado en su fase terminal; una fase de violento enfrentamiento, represión israelí desproporcionadamente masiva, rebelión palestina generalizada y gran pérdida de vidas humanas, en su mayoría palestinas.La visita que Ariel Sharon hizo el 28 de agosto a Haram al Sharif no podría haber tenido lugar sin el permiso de Ehud Barak, ¿cómo si no podría el panzudo ex criminal de guerra haber aparecido allí con mil soldados protegiéndolo? Tras dicha visita, la popularidad de Barak aumentó del 20% al 50%, y el terreno parece abonado para la instauración de un Gobierno de unidad nacional dispuesto a ser todavía más violento y represor.

Sin embargo, desde el comienzo del proceso de paz, en 1993, se podía presagiar lo que ahora pasa, como señalé en EL PAÍS en su momento. Ni los líderes laboristas ni los del Likud se molestaron en ocultar el hecho de que Oslo estaba pensado para dividir a los palestinos en enclaves no contiguos, rodeados de fronteras controladas por los israelíes, con asentamientos y carreteras entre asentamientos salpicando, y fundamentalmente violando, la integridad de los territorios, con la prosecución inexorable de expropiaciones y demoliciones de casas durante los gobiernos de Rabin, Peres, Netanayahu y Barak, la expansión y multiplicación de los asentamientos (200.000 judíos israelíes añadidos a Jerusalén, 200.000 más en Gaza y en Cisjordania), la continuación de la ocupación militar y la obstaculización, el retraso y la cancelación de cada diminuto paso hacia la soberanía palestina -incluidos los acuerdos de retirada en fases minúsculas y acordadas- a voluntad de Israel. Era un método política y estratégicamente absurdo, e incluso suicida. La Jerusalén Este ocupada fue declarada fuera de las fronteras palestinas mediante una belicosa campaña israelí en la que se proclamó a la incurablemente dividida ciudad "capital eterna e indivisa" de Israel. A los cuatro millones de refugiados palestinos -la población refugiada más amplia y la que lleva más tiempo en esa situación hoy en el mundo- se les dijo que podían olvidarse de cualquier idea de retorno o compensación.

Yasir Arafat, con su régimen corrupto y estúpidamente represivo apoyado por el Mossad israelí y la CIA, siguió confiando en la mediación estadounidense, a pesar de que el equipo de paz norteamericano estaba dominado por antiguos funcionarios del lobby israelí y por un presidente cuyas ideas sobre Oriente Próximo eran las de un cristiano sionista fundamentalista sin ningún conocimiento o comprensión del mundo árabo-islámico. Los dóciles, aunque aislados e impopulares, jefes árabes (especialmente el presidente egipcio, Mubarak) se vieron humillantemente obligados a acatar la línea estadounidense, disminuyendo así aún más su erosionada credibilidad nacional. Siempre se antepusieron las prioridades de Israel, como su infinita inseguridad, y sus ridículas exigencias. Nunca se intentó abordar la injusticia esencial cometida contra los palestinos al desposeerlos como pueblo en 1948.

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En el proceso de paz subyacían dos supuestos israelíes y norteamericanos inalterables, ambos derivados de una abrumadora falta de comprensión de la realidad. El primero era que, castigando y golpeando lo suficiente a los palestinos a lo largo de los años, éstos acabarían por rendirse, aceptarían los transigentes compromisos, que Arafat en efecto aceptó, y darían por terminada la causa palestina, excusando después a Israel de todo lo que había hecho. Así, por ejemplo, el "proceso de paz" no prestó atención a las inmensas pérdidas palestinas de tierras y bienes, a la relación entre la pasada dislocación y la presente falta de Estado, y sin embargo, y a pesar de ser una potencia nuclear con un formidable ejército, Israel continuó afirmándose en su condición de víctima y exigiendo compensaciones por el antisemitismo genocida en Europa. A pesar de que es una incongruencia, todavía no se ha reconocido ofialmente la responsabilidad de Israel (ahora ampliamente documentada) en la tragedia de 1948, aunque Estados Unidos haya ido a la guerra en Irak y Kosovo en defensa de otros refugiados. Pero no se puede obligar a las personas a olvidar, especialmente cuando todos los árabes consideran que la realidad diaria reproducía al infinito la injusticia original.

Segundo, tras siete años de empeoramiento constante de las condiciones económicas y sociales de los palestinos de todas partes, los políticos israelíes y estadounidenses han seguido (estúpidamente, en mi opinión) anunciando a bombo y platillo su éxito, excluyendo a Naciones Unidas y a otras partes interesadas, doblegando a su voluntad a los medios de comunicación vergonzosamente partidistas y distorsionando la realidad para convertirla en efímeras victorias para la paz.

Con todo el mundo árabe poniendo el grito en el cielo por el uso israelí de helicópteros armados y de artillería pesada para demoler edificios civiles palestinos, con casi 100 muertos y cerca de 2.000 heridos, incluidos muchos niños, y con los árabes israelíes sublevándose contra el trato que reciben como ciudadanos no judíos de tercera clase, el desequilibrado y sesgado statu quo se está viniendo abajo. Aislado en el seno de las Naciones Unidas y despreciado en todo el mundo árabe por defender incondicionalmente a Israel, Estados Unidos y su presidente, cuyo mandato toca a su fin, poco tienen ya que aportar. Como tampoco lo tienen los líderes árabes e israelíes, a pesar de que es probable que logren remendar un nuevo acuerdo provisional. Lo más chocante ha sido el silencio total de los partidarios de la paz sionistas de Estados Unidos, Europa e Israel. La matanza de jóvenes palestinos continúa, y esos supuestos amantes de la paz, o respaldan la brutalidad israelí o expresan su decepción por la ingratitud palestina. Lo peor son los medios de comunicación estadounidenses, completamente acobardados por el lobby israelí, cuyos analistas y presentadores difunden noticias distorsionadas que hablan de "fuego cruzado" y "violencia palestina" y no mencionan que Israel es quien mantiene la ocupación militar, y que los palestinos están luchando contra ella, no "sitiando a Israel", como afirmó

la terrible Albright. Mientras Estados Unidos celebra la victoria del pueblo serbio contra Milosevic, Clinton y sus secuaces se niegan a ver en la insurrección palestina el mismo tipo de lucha contra la injusticia.

Mi impresión es que parte de la nueva Intifada palestina está dirigida contra Arafat, que ha llevado por mal camino a su pueblo con promesas falsas y mantenido a toda una serie de líderes corruptos que conservan sus monopolios comerciales mientras negocian de manera incompetente y débil en su nombre. Arafat gasta el 60% del presupuesto público en burocracia y seguridad y sólo el 2% en infraestructura. Hace tres años, sus propios contables admitieron la desaparición anual de 400 millones de dólares. Sus mecenas internacionales lo aceptaron en nombre del "proceso de paz", la expresión más odiada hoy en el léxico palestino.

Entre los palestinos de Israel, Cisjordania, Gaza y la diáspora está emergiendo lentamente un liderazgo y un plan de paz alternativos. Nada de volver al marco de Oslo; ningún compromiso sobre las resoluciones de Naciones Unidas originales (242, 338 y 194) que establecieron el marco de la Conferencia de Madrid de 1991; eliminación de todos los asentamientos y carreteras militares; evacuación de todos los territorios anexionados u ocupados en 1967; boicot a los bienes y servicios israelíes. Puede estar surgiendo la sensación de que lo único que funcionará es un movimiento masivo contra el apartheid israelí (similar al surafricano). Es una auténtica estupidez que Barak y Albright consideren a Arafat responsable de algo que ya no puede controlar. Los partidarios de Israel harían bien en lugar de despreciar el nuevo marco que se está proponiendo recordar que la cuestión de Palestina concierne a todo un pueblo, no a un líder envejecido y desacreditado. Además, la paz entre Palestina e Israel sólo se puede hacer entre iguales una vez que se haya puesto fin a la ocupación militar. Ningún palestino, ni siquiera Arafat, puede aceptar menos.

Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de la Universidad de Columbia, Estados Unidos.

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