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Hezbolá pone un alto precio para entregar a sus tres rehenes israelíes

Hezbolá va a hacer pagar un precio alto a Israel a cambio de la puesta en libertad de sus tres soldados capturados el sábado por los milicianos integristas libaneses. De la profusión de declaraciones de sus dirigentes y de las de su patrocinador iraní -el ministro de Asuntos Exteriores, Kamal Jarrazi, estuvo ayer en Damasco- se deduce que pretende intercambiar a los cautivos no sólo por los 19 islamistas libaneses encarcelados desde hace años, y nunca juzgados, en el Estado judío, sino por un sinfín de presos palestinos.

El apresamiento por Hezbolá, el sábado, de los tres soldados en la zona de las Granjas de Chebaa, más allá de la línea de armisticio de 1967, ilustra el fracaso de Israel en Líbano. El Estado judío inició en 1978 sus operaciones a gran escala en el país de los cedros, invadió en 1982 gran parte de su territorio con la intención de instaurar a un régimen cristiano amigo, pero 18 años después y con más de 900 muertos en las filas de su Ejército, se vio obligado a retirarse precipitadamente en mayo de la franja meridional que aún ocupaba.Aun así, el Gobierno de Ehud Barak ordenó el repliegue convencido de que la seguridad de su frontera norte estaba al menos garantizada. La emboscada del sábado, a plena luz del día, y filmada en vídeo por un cámara de Hezbolá, demuestra que ni siquiera ha logrado ese modesto objetivo. El propio presidente libanés, Emile Lahoud, levantaba la voz ayer al afirmar que "no se doblegará ante las presiones internacionales que buscan garantizar la seguridad en la frontera (...) para tranquilizar a Israel".

No son, sin embargo, ni los palestinos, ni un ejército regular, sirio o libanés, los que han infligido a Tshal, las fuerzas armadas israelíes, su única gran derrota en suelo árabe. Son un puñado de guerrilleros shiíes -entre 1.500 y 2.500, según estimaciones de servicios de inteligencia- organizados y motivados. Su jefe es el jeque Hassan Nasralá, de 40 años, cuyo hijo murió luchando contra una patrulla israelí.

Hezbolá, traducido a veces al castellano por Partido de Dios, emerge con fuerza a principios de los ochenta, tras la expulsión por Israel de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) afincada en Beirut hasta 1982. Multiplica entonces los ataques contra los israelíes y los secuestros de ciudadanos occidentales.

Sus raíces espirituales parten del Irán de Jomeini, su entrenamiento militar se lo imparten los pashdaran iraníes que se trasladan a Baalbek y su financiación también tiene su origen en Teherán. Pero Hezbolá no sería nada sin el beneplácito del régimen sirio que le deja moverse libremente por las zonas de Líbano que controla su Ejército.

Desde Washington o desde Tel Aviv, Hezbolá es descrito al principio como un grupo terrorista, pero en Líbano es también visto como un movimiento social que escolariza a niños, gestiona ambulatorios y hospitales a los que acuden los desheredados. Gana así popularidad.

Con el fin, a principios de los noventa, de la guerra civil que asoló a Líbano y la celebración de las primeras elecciones legislativas, los milicianos shiíes transforman el movimiento social en partido político. Sus resultados en las urnas fueron siempre dignos, pero buena parte de los observadores libaneses, incluidos sus adversarios cristianos, aseguran que Hezbolá hubiese arrasado si las elecciones fuesen de verdad libres y si Damasco no les hubiese obligado a aliarse con Amal, otra facción shií.

Nasralá sabe sacar partido de una negociación con Tel Aviv. A cambio del cadáver de un israelí muerto en Líbano, logró en 1998 la excarcelación de 60 libaneses y la devolución de los cuerpos de otros 40. Por tres israelíes vivos el precio será más alto. La organización palestina de derechos humanos le ha remitido ya una lista con 1.400 nombres de presos, cuya liberación solicita.

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