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Desviaciones de la autopista

La dialéctica entre lo excepcional y lo cotidiano envuelve el mundo de las programaciones musicales. El crecimiento espectacular de la oferta televisiva, los nuevos parámetros que regulan la utilización del tiempo libre y el cambio en cierto modo perverso de los valores sociales afectan en mayor medida si cabe a las temporadas convencionales de teatros y auditorios que a los festivales veraniegos u otoñales, en los que unos gramos de locura siempre son bien recibidos. Las temporadas regulares de conciertos han experimentado un descenso de abonados en todas las latitudes, sin que un público nuevo haya llenado en su totalidad el vacío generado. Cierta manera de vivir la música, cierta manera de programar han entrado en crisis.No se trata de hacer una enmienda a la totalidad a lo existente, sino llamar la atención sobre un estancamiento debido en gran medida a una falta de sintonía con las demandas actuales. Algunas orquestas o instituciones están empezando a reaccionar. Uno de los ejemplos más evidentes es el de la Deutsches Symphonie-Orchester de Berlín, desde que se ha hecho cargo de la dirección artística Kent Nagano. Los primeros ciclos diseñados suponen un cambio sustancial, siendo lo más determinante la atención a los compositores del siglo XX, con una serie de programas monográficos, de los que ya han tenido lugar los dedicados a Kagel, Berg y Stockhausen, y a lo largo de esta temporada están anunciadas sesiones centradas en Rihm, Birtwistle, Yun, Kurtág (en este caso son tres los programas al estar uno de ellos volcado en la música de cámara y otro en las relaciones con la palabra), Adams o Schönberg. No quiere esto decir que se desatienda el repertorio convencional. De hecho, los Bruckner, Beethoven y compañía tienen también su presencia notable. El cambio viene de una cuestión de proporción entre los diferentes tipos de música. Si el enfoque se salda con una relación diferente y positiva entre orquesta y público, o con un desinterés creciente, el tiempo lo dirá.

En una dimensión más modesta, sin salirnos de nuestras fronteras, hay que destacar la línea renovadora e imaginativa en criterios de planificación, que ha emprendido José Ramón Encinar con la Orquesta de la Comunidad de Madrid, una agrupación que aún no ha conseguido un público definido pero que está haciendo un claro esfuerzo por encontrar su lugar diferenciado al sol.

Las relaciones entre arte sonoro y sociedad han sido uno de los ejes de la sección de Música del reciente Encuentro de las Artes de Valencia. Los debates se han realizado sin el victimismo habitual en este tipo de reuniones y sin la necesidad de agarrarse a valores absolutos consagrados por la tradición. Todo ello ha permitido el diálogo de posturas opuestas sin necesidad de renunciar a las propias convicciones. Y así han intercambiado sus experiencias sin ningún tipo de desgarro inútil Michael Nyman con Joan Guinjoan, Stéphane Lissner con García Navarro, o Ismael Fernández de la Cuesta con La Fura dels Baus, entre otros.

Los focos de inquietud que se están percibiendo en la música últimamente alcanzan por igual a creadores, intérpretes, organizadores, musicólogos y espectadores. No hay límites. De alguna forma hay que salir del atasco, de alguna forma hay que desviarse de la autopista de la uniformidad. La reflexión compartida es un punto de partida. Es necesario el riesgo aunque, como dice el compositor Alfredo Aracil, hay que ser "tolerantes con la imperfeccción". La búsqueda de la belleza es irrevocable, desde luego, pero ésta tiene seguramente otros espacios y otros condicionamientos sociales, y requiere unas actitudes para encontrarla muy diferentes a las que hasta hace bien poco constituían caminos seguros.

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