La aritmética para camellos y escaños
IMANOL ZUBEROPues resulta que había una vez un hombre sabio que era propietario de 17 camellos. Como ya era muy anciano decidió hacer testamento, repartiendo los animales entre sus tres hijos de la siguiente manera: la mitad de los camellos para el hijo mayor, la tercera parte para el mediano y la novena parte del rebaño para el pequeño. Murió ese hombre y cuando los tres hijos quisieron repartirse la herencia según la que fuera voluntad de su progenitor se encontraron con un problema: si sobre el papel la división que hiciera su padre parecía impecable, en la práctica resultaba imposible llevarla a cabo. En efecto, la mitad de los 17 camellos resultaba ser 8,5 animales, la tercera parte del rebaño se correspondía con la absurda cantidad de 5,66 camellos y, por último, la novena parte resultaba la no menos absurda cifra de 1,88 camellos. De ahí que el desconcierto de los tres hermanos fuera absoluto, pues ¿cuánto es exactamente 0,66 partes de un camello?; y sobre todo, ¿para qué diantres quiere medio camello un camellero?
Se encontraban reflexionando sobre estas cuestiones y ya empezaban a dudar de la cordura y aún de la buena voluntad de su difunto padre cuando pasó por allí un desconocido montado en un camello. Como les vio tan preocupados, se interesó por su problema. Tras escuchar detenidamente les ofreció una solución: "Tomad mi camello, añadidlo a los diecisiete animales dejados como herencia por vuestro sabio padre y de esta forma podréis hacer el reparto según su última voluntad". Sinceramente agradecidos así lo hicieron, rogando al desconocido que fuera él mismo, que tan generoso se había mostrado, el que hiciera la distribución de los animales. Aceptando gustoso el ofrecimiento, éste procedió al reparto: "A ti, el hermano mayor, te corresponde la mitad del rebaño, es decir, 18 entre dos, así que te entrego estos 9 animales. Tú eres el mediano y te corresponde una tercera parte: 18 entre tres, es decir, 6 camellos; aquí los tienes. Por último a ti, que eres el menor, te corresponde la novena parte de los animales, 18 entre nueve, o sea dos camellos. Y yo, si no os importa, vuelvo a recuperar mi camello para así poder proseguir mi viaje. Adiós". Y se alejó entre las dunas, cabalgando en su montura. De nuevo los tres hermanos se miraron desconcertados. Todos tenían su parte según la voluntad expresada por su padre. Nueve camellos para el mayor (la mitad del rebaño), seis para el mediano (la tercera parte) y dos para el pequeño (la mitad). Y, sin embargo, sobraba un camello. Contaron y volvieron a contar, sacaron de la jaima su viejo ábaco y no había ninguna duda: nueve más seis más dos suman 17. En efecto, se habían repartido los camellos de su padre y el desconocido, que parecía que lo entregaba todo, en realidad no había entregado nada porque nada debía entregar. Sin embargo, había hecho posible lo que parecía imposible.
No son camellos sino escaños, representación de una sociedad tozudamente plural, pero en Euskadi nos encontramos con la misma dificultad que los hermanos del relato: no sabemos qué hacer con el reparto que nos ha tocado en suerte. A unos les ha correspondido más que a otros y esto, en principio, debería servir para reducir sustancialmente el problema. Al menos desde la perspectiva de quien más tiene. Pero no es así. Incluso para aquellos que mejor parados han salido con la distribución la situación se ha vuelto problemática. Sobre el papel las cuentas salen (a ti te corresponden tantos, a mí tantos, tú tienes menos, yo tengo más), pero esto sirve de poco en la práctica. Sería posible tirar por la calle del medio y reclamar con todas sus consecuencias la distribución prevista, pero ¿de qué serviría trocear un camello?
No se vislumbra por ahora ese viajero misterioso que, pareciendo ofrecerlo todo, haga posible que cada uno de los herederos pueda ejercer su legítimo derecho y, tomando su parte, la gestione como mejor considere. Y esto no es algo que se resuelva con unas elecciones. Si bien unas elecciones tampoco lo estropearían más de lo que ya está.
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