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EL BECHUANA DESCANSA BAJO LA CRUZ DEL SUR

El Negro regresa a la tumba

Jacinto Antón

Aquí se acaba la extraordinaria historia del Negro de Banyoles, sus tribulaciones y largos viajes: oraciones desgarradas, un metálico son de trompetas y cuatro pasos de tierra africana. Ayer, en el parque Tsholofelo de Gaborone, la capital de Botsuana, culminó uno de los más extraños destinos que haya tenido jamás cuerpo humano alguno. Después de ser robados de su tumba hace 170 años por dos naturalistas franceses en algún lugar ignoto del África austral, los restos del Negro recibieron de nuevo sepultura en medio de un sorprendente despliegue de fe cristiana, honores militares, política, curiosidad y piedad. Y polémica: hubo duras alusiones a España por la estancia del Negro en el país y una arremetida directa del representante en el acto de la Organización de Estados Africanos (OEA) contra el Ayuntamiento y los ciudadanos de Banyoles. Por su parte, el médico Alphonse Arcelin, presente en la ceremonia y a quien se le agradeció públicamente su esfuerzo personal para conseguir el retorno de los restos del Negro a África, deploró que se haya traído desmontado al hombre disecado. "No he gastado tantos esfuerzos y dinero para que lo devuelvan así", dijo tras la ceremonia, en la consideración de que al devolver los restos pelados, el Gobierno español ha escamoteado una realidad mucho más indignante.Entre los ciudadanos de Gaborone reina cierta decepción ante la normalidad de los restos que se han enviado, después de tanto oír hablar del Negro disecado con escudo, plumas y lanza. Hay quien se refiere a la maniobra española de retornarlo desmontado como un "truco". El pasado miércoles, frente al Ayuntamiento, causó expectación una postal del Negro intacto en el Museo Darder y muchos corrieron a hacer fotocopias. Por otra parte, un experto español en momias que reconoció no hace mucho el cuerpo disecado lanzó ayer la increíble especie de que, a su parecer, no se han devuelto los restos verdaderos. El Negro ya no existe, pero acaso le sobreviva la leyenda.

Una enorme garza escarlata sobrevoló majestuosamente ayer el parque Tsholofelo, como si el espíritu del hijo pródigo de África hubiera ascendido libre por fin para volver a disfrutar de la belleza arrebatadora de su tierra. Pero todas las miradas estaban clavadas en la tumba, que se rellenaba, paletada a paletada, salmo a salmo. Sobre el césped amplio del parque, salpicado de acacias y jacarandás en flor y en un extremo del cual se alza, incongruente, un cohete que parece sacado de Tintín en la Luna, el público seguía inmóvil la ceremonia, ajeno al exótico espectáculo de sus propios gorros, pañuelos y paraguas multicolores. Para completar una estampa tópica africana sólo faltaba Allan Black, aquel cazador que adornaba su sombrero con las colas de 14 leones devoradores de hombres. Pese a lo que se había dicho, la ceremonia fue esencialmente cristiana y no incluyó ningún vistoso rito tradicional africano. Ni danzas ni vestimentas tribales. No hubo tampoco presencia visible del pueblo bosquimano -del que varios cientos de individuos viven en Botsuana-, a cuya etnia atribuyen algunos estudiosos el cuerpo que se exhibía en Banyoles. Y es que Botsuana no tiene muy bien resuelto su conflicto histórico con la pequeña gente del Kalahari.

La ceremonia comenzó hacia las 8.30 con la llegada de la procesión funeraria desde el Ayuntamiento de Gaborone, donde los restos permanecieron toda la noche en la capilla ardiente. En el parque, junto al agujero abierto de la tumba, se habían dispuesto un estrado, varias hileras de sillas y una carpa para proteger del sol a las autoridades. Una megafonía que parecía salida de un mitin clandestino de los mau-mau emitía en tsuana cantos religiosos pregrabados. Un grupo de jóvenes policías reía en un parterre entre rosas. La comitiva avanzó hacia la tumba precedida por religiosos con biblias y un hombre en impresionante traje tribal, incluidas capa de piel de leopardo y cetro de cola de antílope, que parecía el espectro del Negro. Se oyeron risas: el hombre no es sino un lunático muy conocido que se dice descendiente de los reyes de todas las tribus tsuanas y al que se acepta en todas partes como un loco simpático (este diario pudo luego hablar con él: se llama Emmanuel M. Mogomela y cuenta unas historias fantásticas, aunque no tan buenas como la del Negro).

El acto funerario se abrió con un parlamento y una oración de dos miembros de Fraternal, grupo cristiano de manga ancha (en Botsuana el 30% de la población se declara cristiano y la mayoría del resto, animista). Explicaron la historia del Negro, que el público escuchó agitando la cabeza en señal de desaprobación, mencionaron mucho a Jesús, del que el pobre bechuana poco habría oído hablar en vida, y se fueron animando hasta proclamar su amor por el finado y bendecir a todos los presentes.

El ministro de Exteriores botsuano, Mompati Merafhe, se refirió a continuación a la "desacralización" de que fue objeto el cuerpo del Negro y el atentado a la dignidad humana y la humillación del pueblo africano que supusieron el que se le disecase y exhibiese como un antílope (el sentimiento está en la calle: un taxista maldecía serenamente antes de la ceremonia a los que trataron al Negro "como un babuino"). Insistió el mi-nistro en que con el entierro "se restaura la dignidad" de su "común ancestro y se aplacan los espíritus africanos", y subrayó que la tumba en el parque representa la voluntad de toda África. Expresó la indignación de Botsuana por el trato que se dio al Negro y rechazó que pueda justificarse (como trató de hacer luego el representante español) por la época en que se produjo. Agradeció a Arcelin su denuncia, que puso en marcha el proceso que ha conducido los restos hasta Gaborone, y su "autosacrificio". Del Gobierno español dijo que ha demostrado "una clara voluntad de cerrar el desagradable asunto". El ministro apuntó que no cree que conduzcan a nada los debates sobre el origen del Negro y acabó saludando la vuelta "del que fue un africano" y subrayando que "descansa en paz, en una tierra africana democrática".

El embajador español en Namibia y representante del Gobierno en el espinoso asunto, Eduardo Garrigues, subió al estrado a continuación para concluir el que sin duda ha sido el asunto más raro que ha afrontado en toda su carrera diplomática. Quiso clarificar que el cuerpo no fue cogido por ciudadanos españoles y que cuando Darder lo adquirió la exhibición de restos de otra etnia no era algo tan grave como ahora. Apuntó que en muchos otros países se han expuesto restos humanos con la excusa del interés científico y en algunos la resolución del asunto aún está pendiente. Subrayó la complejidad que se presentaba en España por la complicación de las relaciones entre autoridades locales y centrales y el alto grado de autonomía de los gobiernos regionales y los ayuntamientos. Un coronel botsuano con uniforme digno de un mariscal ruso y tres tallas más grande seguía el parlamento con cara de interés. Garrigues destacó que España no tuvo presencia colonial en África austral y valoró la ayuda al desarrollo que ha prestado y presta a la región. Concluyó expresando sus votos para que el fin del largo proceso de repatriación del Negro sirva para estrechar los lazos con Botsuana y otros países de la zona.

A continuación, el representante de la OEA, su vicesecretario general, el mozambiqueño Daniel Antonio, tuvo una intervención de corte mucho menos diplomático. Empezó sin más preámbulo afirmando que el Negro fue asesinado por europeos -lo que nunca podrá saberse: el cuerpo no presentaba evidencias de ello, aunque es verdad que fue muy manipulado-, "disecado como un vulgar animal y expuesto a la curiosidad de millones de visitantes y turistas de España". La gente empezó a animarse. "Ha sido el más cruel acto hacia un hombre africano", prosiguió el representante de la OEA, que evocó "el alma del Negro vagando durante más de un siglo en los inviernos duros de un remoto país del norte". Y se preguntó: "¿Cómo pudieron seres humanos cometer ese acto bárbaro? ¿Cómo un pueblo civilizado pudo obviar tanto tiempo el principio humano básico? ¿Cómo las autoridades rechazaron el retorno del cuerpo durante años? ¿Por qué desoyeron a la comunidad internacional?". Y se respondió grave: "En mi opinión, sólo porque el hombre disecado era una buena atracción que llevaba visitantes a Banyoles" (aquí se le saludó con aplausos y varios "¡bravo!"). "Este acto fue una flagrante contradicción con la ética y la moral universales. Con todos los principios religiosos de la humanidad. Una ofensa indigna a todos los africanos". Antonio rindió tributo también a Arcelin, "como movilizador de la comunidad internacional contra este acto racista".

Seguidamente, se efectuó el entierro propiamente dicho: los ministros de Fraternal, algunos con sotanas y túnicas negras, iniciaron unos cantos en tsuana e inglés, muy roncos, y una prédica conjunta en la que pidieron a Cristo que perdonara "a los que perpetraron este acto de maldad", calificaron el cuerpo de "templo de un alma africana", y expresaron votos por el futuro regreso del Negro del más allá -lo que pareció preocupar especialmente a varios sudorosos enviados especiales de medios españoles-. Desde el punto de vista religioso la ceremonia fue algo confusa, sobre todo porque la traducción inglesa se atropellaba con el tsuana, pero sin duda los salmos bíblicos eran preponderantes. La intervención de tres soldados con cornetas que ejecutaron el toque de silencio con pasión digna de De aquí a la eternidad, precedió al ritual de descenso de la caja en la tumba y lanzamiento de puñados de tierra sobre ella a cargo de las autoridades, a las que se unió el loco de la piel de leopardo componiendo una estampa inolvidable, propia de un Rey Lear bantú. El profundo agujero fue rellenado y se colocó un ramo de flores sobre la tumba. Al lado, se erigió un alto plafón tipo monolito de 2001 que explica la historia del Negro. Tras otra intervención interminable de los religiosos, concluyó el acto. Luego, un grupo de colegiales se abrió paso hasta la tumba y la observó con asombro. Una niña de semblante serio respondió al preguntársele si sabía quién era el enterrado: "Era un hombre negro que no sé dónde estaba, pero ahora está aquí, que es donde tenía que estar". Ni Isak Dinesen lo hubiera dicho mejor.

Marcel.li Saenz Martinez
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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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