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Después de Praga, derecho al pataleo

Todo para todos, nada para nadie. A ese lema, defendido en Praga para "atacar a las conciencias" de los delegados del Fondo Monetario Internacional (FMI)que allí se reunieron diez días atrás, se sumaron sesenta jóvenes desplazados desde Valencia hasta la capital de la República Checa. La excursión se convirtió en un "viaje al centro de la represión". Así lo definen Rosa Pérez, abogada, de 28 años; Maite Gabaldón, estudiante de Ciencias Políticas, de 21 años; y Laura Hernández, estudiante de Químicas, de 25 años. Asistieron, dicen a "un derroche de violencia policial contra más de 14.000 manifestantes".Asombro, impotencia, denuncia. Ésas son las sensaciones que definen su relato de lo vivido. Optimismo. La conclusión más sorprendente. "Es muy importante que a pesar de lo doloroso que ha sido nos hayamos reunido tanta gente joven, europea, de diversos países, para expresar desde la pluralidad el rechazo a un modelo que se está implantando de forma muy sutil, que parece que no va con cada uno de nosotros y que, sin embargo, tiene implicaciones en la vida cotidiana", afirma Laura, una convencida de que las cosas, pronto, serán diferentes "a pesar de la globalización".

Rosa, Maite y Laura llegaron a Praga con el objetivo de bloquear los tres accesos del palacio en el que se reunían los delegados del FMI. Pronto comprobaron que no iba a ser fácil. "Había más fuerzas de seguridad que manifestantes. Los tanques estaban en la calle, cruzados. Los agentes vestían de antidisturbio. La tensión se podía tocar", relata Rosa.

La preparación técnica y logística para responder a cualquier provocación con una actitud de resistencia pacífica tuvo un sentido práctico desde el mismo instante en que iniciaron la marcha. En los bolsillos, un papel con los teléfonos de emergencia y de los familiares de aquéllos a los que conocían. Por si acaso. "Nos parecía un ejercicio de organización y prevención muy cuidado, pero no pensamos que tuviéramos que recurrir a ello", dice Maite. A las pocas horas, dos de sus compañeros eran apaleados por jóvenes de estética neonazi delante de la policía checa sin que nadie lo evitara. "Uno tenía una brecha en la cabeza", apunta Rosa.

Las tres, con los dos heridos, emprendieron camino hacia el hospital. "Y al llegar nos llevamos la segunda sorpresa. No les querían atender si no les pagábamos antes". Diez mil pesetas al cambio por las placas y un diagnóstico. Los apósitos para cortar la hemorragia no estaban incluidos. Sin el abono pertinente, nadie podía abandonar el centro. Y para asegurarse, las puertas se cerraron a cal y canto. "Si no tienes dinero, te mueres. No les importa", afirma Maite muy indignada. Entregado el efectivo, a la calle.

"Y nada más salir nos enteramos de que durante todo el día habían detenido a centenares de personas, entre ellas algunos españoles". Rosa lo explica con especial vehemencia porque en un primer momento pensó que el problema se solucionaría yendo a la embajada española. "Nada más lejos. Nos recibieron fatal. Nos dijeron que no tenían ninguna lista oficial de detenidos, cuando ya se empezaba a decir que algunos llevaban día y medio encerrados, desde antes de la manifestación, sin haber podido hacer una llamada, sin cargos y sin abogados", recuerda Rosa.

Salieron de la sede de la diplomacia española con peor sensación de la que tenían al entrar. "Además, veíamos que la policía detenía a cualquier persona, sin previo aviso. Se bajaban del coche, empujaban a la gente contra la pared, le ponían las esposas, y para adentro. No había explicaciones. Parecía que hubiésemos entrado en un tiempo pasado de persecución social en cualquier dictadura militar", añade.

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Las horas fueron pasando. Los primeros a los que liberaron denunciaron "palizas, abusos, desatención a los heridos, insultos, amenazas". El regreso, tras la gran manifestación, se acercaba. De los españoles presos "ni una pista". La información la han conseguido a su regreso. Y, como protesta, sólo les queda el derecho al pataleo.

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