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La construcción de un imaginario

Luis Mateo Díez publicó su primer libro, Memorial de hierbas, en 1971. Casi treinta años en los que el escritor leonés ha trabajado en la construcción de un imaginario propio no sólo de la ficción, sino también de la realidad. La memoria y el recuerdo se le convierten en leyenda, y ésta, en narración. Esta ambición, vista o entrevista en tantos de sus libros (15 al menos), explota gozosamente en La ruina del cielo (1999), que le ha reportado dos premios en 2000: el de la Crítica y, ayer, el Nacional de Narrativa.No es la primera vez que el autor leonés, discreto en su formas, tenaz a muerte en su empeño literario y no demasiado preocupado por los galardones, hace doblete. Otra muy buena novela suya, La fuente de la edad, también se llevó los dos premios, el de la Crítica en 1986 y al año siguiente el Nacional de Narrativa.

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Luis Mateo Díez obtiene el Nacional de Narrativa por su fábula 'La ruina del cielo'

Pero este 2000 es un año que Mateo Díez no olvidará fácilmente. Empezó, en febrero, con un libro revelador, Las palabras de la vida, 17 relatos en los que hace patentes dos de las principales características de su obra: el amor por el idioma y su desesperada necesidad de contar historias. Y en septiembre, hace no muchos días, publicó la antología El pasado legendario, en la que reúne textos en los que, una vez más, vuelve a la memoria para convertirla en leyenda. En esta ocasión se trata de un recorrido por los escenarios de su adolescencia.

En Díez, la biografía o la autobiografía se convierten en pura fábula, desde La ruina del cielo, Las palabras de la vida o El pasado legendario, tres libros de actualidad que son un acicate para leer su obra o para volver a ella, hasta libros como Las horas completas (1990), El expediente del náufrago (1992), Los males menores (1993), Camino de perdición (1995) o La mirada del alma (1997), entre otros.

Y aún hay más en este año de gloria para el escritor. En junio pasado fue elegido por amplia mayoría para ocupar el sillón de la Real Academia Española (RAE) que dejó vacante al morir, en julio de 1999, Claudio Rodríguez. Una elección aplaudida que palía el mal sabor que dejó el rechazo de la RAE a José Manuel Caballero Bonald.

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