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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La paz reventada

El líder del Likud, Ariel Sharon, sabía lo que hacía al visitar la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén: dinamitar el proceso de paz entre israelíes y palestinos. La soberanía sobre Jerusalén es el mayor problema con que se topan las negociaciones, pero la explanada es el corazón de este problema, el lugar sagrado de musulmanes y judíos, cuyo control está en discusión en las negociaciones de paz. Sharon ha desencadenado así una ola de violencia que se ha cobrado más de un decena de muertos y centenares de heridos en tres días. A la provocación de Sharon se han sumado la enérgica represión israelí, con abundante utilización de fuego real, y la acción violenta de extremistas palestinos e incluso de policías de la Autoridad Palestina, hasta conformar los peores incidentes desde que Ehud Barak llegó al Gobierno. Israel celebró así ayer, bajo los peores auspicios, su año nuevo, el 5751, que conmemora el "nacimiento" de Adán y Eva. Con motivo de esta celebración, antes de estos enfrentamientos y tras su encuentro con Arafat, Barak había cifrado en un 50% las posibilidades de un acuerdo de paz que incluyera también a Jerusalén, con una parte de la ciudad para los palestinos. La visita provocadora de Sharon respondía también a estas declaraciones, subrayando así la reivindicación del lugar sagrado como emplazamiento del desaparecido templo de Salomón.

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La explanada reposa sobre mitos. El Monte del Templo de los israelíes, o Al Haram as-Shariff de los palestinos, siempre -incluso después de que lo ocupara Israel en 1967- ha estado administrado por los musulmanes; no obstante, Israel mantenía una soberanía formal, no ejercida salvo para la seguridad. Sharon, el pasado jueves de madrugada, rompió las reglas del juego y visitó la explanada, eso sí, rodeado de cientos de policías, para demostrar que esa soberanía sólo se puede basar sobre la fuerza. La ruptura del modus vivendi no iba sólo dirigida contra el proceso de paz o contra Barak, sino que también pretendía marcar puntos contra el ex primer ministro del Likud, Benjamín Netanyahu, que quiere regresar a la política activa tras su exoneración por un tribunal que debía pronunciarse sobre una imputación por corrupción.

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La violencia se ha desatado cuando más apremia el tiempo para un acuerdo. En unas semanas vuelve a reunirse el Parlamento de Israel. Barak está en minoría y puede caer. Por su parte, Arafat ha negociado hasta ahora con una insospechada habilidad, sin moverse -salvo para retrasar la declaración del Estado de Palestina-, creyendo que cuanto más resista, más sacará. La violencia desatada le lleva a una contradicción: la de tener que llegar a un acuerdo, y, sin embargo, no poder ceder para alcanzarlo. Y a Barak le pasa, simétricamente, lo mismo. Este estallido de violencia pone en peligro las negociaciones, pero constituye una negra premonición de lo que puede suceder si el proceso de paz sigue paralizado.

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