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Un Lou Reed excelso llama a la rebelión con las armas del rock

El cantante abre en Málaga su gira española con un intenso recital

En la película del recital de Lou Reed el jueves en Málaga -anoche, en Murcia; mañana, en Bilbao, y el lunes, en Salamanca- ganó la gente del rock. La organización lo había montado como un recital de Ainhoa Arteta: todos sentados, con un área vip vallada frente al escenario. Pero un Reed soberbio recordó al público que el rock no es sumiso. Cuando tocó Sweet Jane, los de las gradas saltaron las vallas y se pusieron a comulgar frente al profeta.

Había dos públicos: unos en las gradas (2.500 pesetas), otros frente al escenario, en una zona protegida con vallas, sillas de plástico, guardas de seguridad y chicas acomodadoras. Eso valía 7.000 pesetas, precio que pocos pagaron. En total, 3.500 personas, desde tipos de la edad de Reed a cuestas (58) hasta jóvenes hambrientos de rock. Algún carroza desempolvó la chupa por si se levantaba el rebelde. Pero aquello no se logró hasta que Wyatt Earp / Reed y sus pistoleros de lujo (Mike Rathke, a la guitarra; Fernando Saunders, al bajo, y Tony Thunder Smith, a la batería) dijeron hasta aquí.Tras 10 canciones enormes de su último trabajo, Ecstasy, cuando ya no quedaban cervezas en las barras, tocó Sweet Jane. Y los de 2.500 asaltaron la reserva de los de 7.000, que andaban asustados desde que los de seguridad mandaron al asiento a dos chavales que en la segunda canción quisieron sentarse en el suelo frente al ídolo. ¡Se suponía que aquello era un recital de rock! Y el rock hay que vivirlo en pie, rodear al oficiante, saltar, corear estribillos, mover las cabezas e imitar los gestos de los brazos del ídolo.

Reed estuvo musicalmente soberbio. Su máquina sonó rotunda y nítida. El ex Velvet Underground clavó en dos horas magistrales 18 canciones, tres de ellas en dos bises, cuando suele hacer uno. Los 10 primeros temas salieron de Ecstasy, su nuevo trabajo que hay que añadir a la discoteca. El resto salió de la sagrada historia profana de Louis: tremendas versiones de clásicos como Sweet Jane, Vicious o Perfect day, con la que cerró la noche con los dos puños en alto. La gente coreó Walk in the wild side. Pero el jefe no picó.

Reed, aparte de estar físicamente perfecto y tener cara de pescado vicioso, es muy, muy chulo. Viendo que casi nadie entendía sus incendiarias letras hizo la rebelión sonora. El rock es una sencilla locomotora con sólo tres palancas, pero hay que saber llevarla. Y el maquinista Reed sabe cómo salmodiar un rock indiscutible.

El caso es que los que pagaran las 7.000 cogerían un cabreo importante cuando les obligaron a seguir el ritual correcto. Por el mismo precio vivieron dos experiencias. El rock como un museo y echando chispas: todos en pie arropando al maquinista, al pistolero, al profeta del chaleco de cuero negro con una estrella repujada. Alguien que sabe, porque lo ha vivido y sigue, que el rock, además de negocio, ha sido una de las pocas revoluciones del siglo.

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