La exquisitez de la coz taurina
¿Sólo los burros cocean? ¡Que se cree usted eso! Hay toros que también. Hay toros coceadores, no le quepa a usted duda. Ayer hubo dos del hierro de Aldeanueva que lo hicieron divinamente, a conciencia, y no por casualidad, sino porque les salía de su alma asnal. Uno de ellos, que le puso al asunto más sentimiento, colocó a su exhibición la correspondiente guinda, que consistió en quitarle la muleta a Andrés Sánchez una de las veces que estiró la patita. Admirable. Si de la arruga, que bien horrorosa hace en la ropa y en las caras, se dijo no hace mucho que era bella, no sé yo por qué las coces de los toros, cuando son tan sentidas, no van a serlo también. Yo, por lo menos, llegué incluso a emocionarme.Los toreros, pues ya ve. Vino Curro Vázquez, sustituyendo a Finito de Córdoba, y con ese material sentiría tentaciones de aparentar una indisposición repentina con tal de no verse en el trance de intentar lo imposible. A su primero le anduvo con garbo por la cara y luego le muleteó despegado y ayudándose con la espada en los naturales. No se sintió a gusto. Era imposible. En su segundo dejó en el quite media verónica superior, y en la muleta, después de probado, eludió apreturas y metió la mano con mucha habilidad para dejar la estocada.
Aldeanueva / Vázquez, Sánchez, Mora
Cinco toros de Aldeanueva, mansos, descastados, blandos y coceadores. 6º de Manuel San Román, con temperamento.Curro Vázquez: estocada corta perdiendo la muleta (algunos pitos); pinchazo y estocada corta (silencio). Andrés Sánchez: bajonazo (aplausos); pinchazo, estocada tendida -aviso con retraso- y tres descabellos (bronca). Eugenio de Mora: estocada corta (aplausos y saludos); estocada desprendida y descabello (palmas). Plaza de La Glorieta, 17 de septiembre. 6ª corrida de feria. Menos de media entrada.
Andrés Sánchez pudo admirar más de cerca que nadie la destreza del segundo toro coceando. Comenzó el trasteo muy decidido, por bajo, pero luego el toro, que se hacía el distraído, se le vino encima sin avisar, cosa que tampoco es de toro bien nacido. El matador, ante aquella clamorosa rajadura, lo intentó, tuvo enganchones y acabó hasta la coronilla del regalo. En el quinto, protestado por su endeblez, muleteó despegado y con poco temple, siendo desarmado esta vez no por una coz.
Eugenio de Mora también tuvo suerte en el sorteo de coces. Su primero fue el encargado de hacerle feliz por ese conducto. El torero no puso cara de felicidad. El toro, otro borrico como sus hermanos. Oteaba el horizonte, curioseaba los bordados del vestido del torero... El matador anduvo muy decidido toda la tarde y logró que este asno tragara muletazos, claro que a cambio de tragar él sus miradas. Cuando lo tenía igualado para matar, le quitó la muleta de la mano y a renglón seguido soltó otras de sus coces. En el sexto, siguió en sus trece el torero. Brindó al público, se tiró materialmente de rodillas y dio de esa guisa cuatro pases. La pena es que el toro también se arrodillaba. Luego, ante el temperamento del toro, que incluso repitió (hierro de San Román), puso su entrega a palo seco y ligó un par de tandas con la derecha que llegaron a la gente, que en ese momento ya estaba hasta la coronilla de corrida, de feria y de casi todo.
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