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Éxito de María Giménez y de Mónica Runde en el Festival de Ballet de Miami

La austriaca Simona Noja triunfó también en la primera gala con 'Alles walzer'

La quinta edicion del Festival Internacional de Ballet de Miami agotó sus dos primeras jornadas con el éxito y reconocimiento de los invitados europeos y una discreta y hasta triste ejecucion de los clásicos por parte de los latinoamericanos. En la gala inaugural del teatro Colony de Miami Beach, Matteo Levaggi y Danza Teatro di Torino pusieron al público en pie, mientras en el homenaje a la decana de las bailarinas norteamericas, Rosella Hightower, en el Jackie Gleason Theater, brillaron las españolas Mónica Runde, con una pieza de creacion dedicada a su maestra, y María Giménez, que hizo doblete con Carmen y La muerte del cisne, al sustituir por una lesion repentina a la estrella más esperada: la cubana Rosario Suárez.

Globalización

El recoleto teatro Colony, al final de Lincoln Road, albergó la gala inaugural de la quinta edicion del Festival Internacional de Ballet de Miami con un largo programa en dos partes. En la primera, tres compañías norteamericanas (Austin Ballet, Momentum y Memphis Dance Group), una de Brasil (Nos Da Danca) y la española 10 & 10 Danza, que recogió los más calurosos aplausos con su amarga recreacion de la tragedia de los alcohólicos en Omopotai, coreografiado por Mónica Runde e interpretado por ella misma y por José Reches. En la segunda parte, por primera vez en el festival, una obra de larga duración y una compañía en pleno: el Danza Teatro de Torino con la Salomé de Matteo Levaggi, auténtica revelación de la creación de ballet moderno en Italia. Su Salomé se adaptaba como un guante al estilo de la ciudad y del teatro, con una fuerte carga erótica, y Levaggi bailó para meterse en el bolsillo al público. Su danza de los siete velos, que no es precisamente de estética gay, hizo que se rompiera el silencio con los aplausos de un público variopinto y cosmopolita. La colonia cultural latina reúne aquí a artistas de vanguardia (pintores, arquitectos, galeristas, videoartistas, exploradores de arte mediático) y el festival navega en esa oferta, dentro de un ambiente de relajado art-deco tardío, tan delicioso en su geometría fácil de opereta en tonos pastel.

A la noche siguiente, en el enorme Jackie Gleason Theater, tuvo lugar la primera de las dos galas que componen los platos fuertes del festival, que tiene un formato singular, concebido como exhibición de parejas solistas que viajan hasta Miami con sus directores artísticos, que a su vez imparten clases magistrales. El resultado es dinámico y utilísimo para analizar la tendencia a la globalización y absurdo igualitarismo interpretativo que sufre el ballet académico en la actualidad, y es así que se acepta que en una misma velada se vean dos versiones de El cisne negro, o conceptos muy diferentes de la bravura tecnicista y espectacular, tan en boga en el ballet norteamericano. El público de Miami es balletómano en sentido estricto y aplaude lo circence sin sonrojo, pero a la vez recibe con un sentido plural lo nuevo, y así ha sucedido con Levaggi primero y con Runde después. La española bordó la apertura de la gala de homenaje a Rosella Hightower con un dúo, Trio for strings wind and percussion, que era, como su título indica, un trío: en escena la bailarina con Julio Viera y el violonchelista Luis Felipe Serrano interpretando en directo una suite de Juan Sebastián Bach y participando del movimiento coreográfico, los tres vestidos en la cuerda de los chicos Forsythe con un derroche de técnica y acople coréutico. Mónica Runde era la única discípula de la homenajeada presente en una larga función en tres partes donde destacaron claramente la austriaca Simona Noja en un complejo paso a dos, Alles walzer, creado para ella y Christian Rovny (ambos primeros bailarines de la Opera de Viena) por Renato Zanella, y la española María Giménez, cuando hizo primero Carmen de Roland Petit acompañada del italiano Alessandro Molin y después, en un gesto heroico y solitario, La muerte del cisne, de Mijail Fokin, que debía haber bailado la cubana Rosario Suárez y que una repentina e inesperada lesión en un tobillo en un ensayo durante la jornada previa le había impedido bailar. Al final, Suárez salió a escena de la mano de Jiménez y el público de aquí, que la adora como la gran estrella que es, se volcó en una larga ovación.Entre otros artistas importantes estaban el ruso Andréi Fedotov y la francesa Marine Castell, del Ballet de Nancy, en el delicado adagietto de Óscar Araiz sobre Mahler, ya un clásico; el chileno César Morales, del Ballet de Santiago, un artista con sentido lírico y una elegancia singular; el italiano Toni Candeloro, en su recreación rigurosa hasta lo arqueológico del Sheherezade de los Ballets Russes de Diaghilev; la compañía suiza Linga con el Concerto, de la polaca Katarzyna Gdaniec (antaño musa de Maurice Béjart), y el italiano Marco Cantalupo y la pareja del English National Ballet compuesta por la japonesa Erina Takahashi y el ruso Dimitri Gruzdyev en La bella durmiente bailada según la versión británica del clásico de Petipa.

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