Aznar y Schröder
Sin llegar a ser malas, las relaciones entre los Gobiernos de España y Alemania no pasan por momentos felices. Los desencuentros entre Schröder y Aznar son manifiestos. Sus destinos se cruzaron en Mallorca este verano sin que llegaran a verse las caras. Hoy, en Segovia y La Granja, tendrán ocasión de tender puentes y buscar un nuevo entendimiento. Las relaciones con Berlín deben ser una de las prioridades de la política exterior española. A su vez, Alemania debe cuidar a España como socio fiable en la Europa del sur. Le tocó a Schröder una difícil negociación con Aznar sobre la financiación de la UE para los próximos siete años, que dejó heridas en la parte alemana. Vendrían después otras divergencias sobre las posiciones respectivas ante la ampliación de la Unión, o sobre el intento de imponer el alemán como tercera lengua de trabajo en la Europa comunitaria, junto al inglés y francés, ignorando al español. Aznar se ha emparejado en numerosas ocasiones con Blair, aunque los intereses españoles y británicos en Europa coincidan sólo coyunturalmente. Tampoco se ha prestado el Gobierno español a entrar en el debate que lanzó el ministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer, sobre el futuro más lejano de la integración europea, con el que, sin embargo, ha comenzado un intento de recomponer la concordia.
La última piedra en la charca ha sido la decisión tomada por el anterior Gobierno de Aznar de preadjudicar la empresa pública militar Santa Bárbara a la norteamericana General Dynamics, frente a la opción presentada por el consorcio alemán que fabrica los tanques Leopard. Aunque la decisión pueda estar fundamentada en sólidas razones económicas, no contribuye a consolidar el pilar europeo de defensa. Ahora, de forma indigna, Alemania amenaza con retirar a España el alquiler de 108 de estos tanques a bajo precio y la fabricación de otros en el futuro.
Schröder y Aznar asistirán mañana a la inauguración por los Reyes del Museo Chillida en Hernani. Berlín ha encargado al gran artista vasco una escultura para la sede de la cancillería que llevará el nombre de la capital alemana. Más allá de las desavenencias político-económicas, podría ser el símbolo de unas relaciones que están llamadas a ir a más, no a menos.
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