El bello y la bestia
Ana Torroja y Miguel BoséJavier Quilez (director musical y bajo), Ángel Celada (batería), Josep Salvador (guitarra-voces), Pedro Andrea (guitarra), Alfonso Pérez y Álvaro Peire (teclados-voces), Gilson Silveira (percusión), Tito Duarte (saxo, flauta, percusiones), Hellen de Quiroga, Carla Vallet y Francisco Javier Ponferrada (coro). Plaza de toros de Las Ventas, 13 de septiembre.
Interprétese el título de esta crónica desde lo positivo, con la única intención simpática de situar los comportamientos que ayer en Las Ventas tuvieron Miguel Bosé y Ana Torroja. Otra calificación, desde lo negativo, se verá más tarde. Amigos de siempre, con muchos puntos en común en sus orígenes musicales y casi generacionales, nunca se habían visto juntos artísticamente hasta que este verano ambos decidieron unir sus talentos.
El juego de palabras, Girados, ha dado lugar a una larga gira, mano a mano, por toda el territorio español, repasando el amplio repertorio que cada uno atesora por separado. De ahí parte el espectáculo, si bien Ana basa el suyo principalmente en la época en la que era la voz de Mecano, acaso el grupo más laureado que ha dado el pop español.
Más que al alimón, cuando dos diestros torean el mismo toro, la faena de anoche era, mayormente, un mano a mano. Cada cual, su toro, o sea, a su canción; y escasamente compartiendo capote; es decir, pocas veces se entregaban al dueto.
El coso taurino ofreció buena entrada, casi un lleno técnico, con un público que casi de antemano venía predispuesto a mostrar todo su cariño al tándem artístico ocasional. Eso tiene el inconveniente de que hace situar el nivel de exigencia a un tono bajo. Seguramente sea mejor cantante Ana Torroja, de ahí el simpático guiño del título, mientras que él, el bello Bosé, es más útil encandilando al público con su atractivo deslumbrante, entre melancólico, burlón y bailón.
Ahí puede venir lo negativo o, por lo menos, lo contradictorio del espectáculo. Ana mantiene la misma voz frágil, aunque con los labios más abultados, de sus tiempos de Mecano, algo que le sirvió para ser considerada como una de las mejores y más personales voces del pop nacional. Bosé, sin embargo, siempre ha sabido sacar mejor partido de sí mismo, a pesar de no haber tenido nunca tantas dotes de cantante como su compañera. Y de eso abusó anoche.
Pero su carisma levanta más pasiones que el de Ana; sale ella, la bestia, y el aplauso es grande. Sale él, el bello, mueve un poquito la cadera y sonríe, y el aplauso es grandísimo. No se tome esto como un enfrentamiento: entre ambos hay generosidad y dejan sus egos de lado para ofrecer un espectáculo coherente y ameno, amén de los innumerables cambios de vestimenta de cada uno de ellos. Al fin y al cabo, eso pide el público. Pero siguen viéndose contradicciones cuando se comprueba que se corean mucho más canciones, como Hijo de la Luna, Barco a Venus, Mujer contra mujer, Hoy no me puedo levantar y otros recuerdos de Mecano, que cuando son sólo las canciones de Bosé. Con todo y con ello, Bosé recibe más muestras de afecto.
Buen actor, además, Bosé alcanza las mayores cuotas de reconocimiento cuando aborda El muro, un himno que en Cuba el cantautor Carlos Varela, su autor, utilizaba como crítica encubierta a la falta de libertades en la isla y que originó el trasiego de balseros. Lo mismo que con el tema La belleza, con el que Luis Eduardo Aute arremetió a principios de los noventa para explicar su desencanto por la transformación, según él, del socialismo español al asumir el poder.
No hubo grandes sorpresas, acaso la intervención de Txetxo Bengoetxea, de 21 Japonesas, que cantó junto a Ana. Por lo demás, no hay peros. El escenario es precioso: una especie de torretas trenzadas con cuerdas que sugerían delicadeza, sobriedad y elegancia. Anoche, para colmo, semejante monumento al buen gusto estaba coronado por una hermosa luna llena.
Babelia
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