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M de Madrid

Elvira Lindo

Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, ya quisiera yo. Mi infancia son horas y horas metida en un coche, primero el inevitable seiscientos, y después, paso a paso, escalando puestos en el ranking social: el doscientos cincuenta, el milquinientos, el milcuatrocientos treinta. Mi infancia son recuerdos de un asiento trasero de un coche, de las discusiones a muerte con mis hermanos por ver a quién le tocaba la ventanilla. Al ser la pequeña yo no accedía nunca a tal privilegio, siempre me tocaba en medio, así siempre miraba al frente, a las líneas mal pintadas de las carreteras de entonces y al coche que iba delante del nuestro en una de esas interminables rectas de La Mancha o en las caravanas que se formaban en Despeñaperros cuando íbamos a veranear. Sin aire acondicionado, muy apretados vomitando a cada momento.Pero aun así, en esas estrecheces, los niños jugábamos, cada uno se pedía la marca de un coche, o un color: yo voy con los rojos, o yo voy con los cientoveinticuatro... También jugábamos con las matrículas, con los números, contándolos de izquierda a derecha, o al revés, o buscando capicúas. Si cierro los ojos puedo verme claramente en uno de aquellos viajes, medio mareada, con el humo de los cigarrillos de mi padre invadiendo el ambiente, algo que entonces parecía de lo más normal. Recuerdo los viajes con frío, a primerísima hora de la mañana, con las ventanas bien subidas, y allí todos respirando nuestros olores, el humo creando una niebla irrespirable, y tu certeza de que en cualquier momento tendría que avisar: "Para, que vomito". Y salir del coche sudando de angustia, sentir la mano de tu madre en la frente y las arcadas doblándote en dos. Cuando subías de nuevo al coche, todo se volvía a cerrar herméticamente, mi padre seguía fumando, y a pesar de que te decían: "Mira de frente, a la carretera", sabías que fijo ibas a vomitar hasta que no te quedaran más que las bilis.

Mi infancia son recuerdos del capó del coche que teníamos delante. En los años sesenta la gente se puso moderna y cachonda y se veían pegatinas en la luna trasera que entonces parecían audaces: "Me están haciendo el cojín", "Soy español, casi ná", o el mítico "No me toques el pito, que me irrito". A nosotros nos hubiera gustado ponerle al coche uno de esos carteles, pero mi padre se negó, esa negativa no nos ha provocado mayores problemas psicológicos de los que tenemos habitualmente las personas normales: paranoia, neurosis, etcétera, porque los niños de entonces estábamos tan reprimidos que no nos dejaban tener ni traumas.

Los niños fantasiosos sabíamos entretenernos hasta en los lugares más aburridos, y nuestra infancia, mucho menos sobreestimulada que la de ahora, estaba llena de momentos aburridísimos, de misas, de estar callado delante de una visita, de escuchar a tus padres sin rechistar, y en mi caso, de pasarme la vida en el coche; pero puedo decir que cuando jugaba mentalmente o con mis hermanos con las matrículas de los otros autos con los que nos cruzábamos en aquellas carreteras comarcales, nunca, nunca se me habría ocurrido que las letras que abrían la información de la matrícula contuvieran un profundo mensaje patriótico. Pero, al parecer, lo tienen. Al parecer una E puede ser absolutamente ofensiva, y una C puede contener en sí misma la sardana, la Moreneta, el idioma catalán, el desafío a Madrid, y como dicen muchos, al nacionalismo español.

No sé lo que es el nacionalismo español, quiero decir, que no lo siento, quiero decir, que no dedico ni dos minutos a pensar en el sitio en el que nací, ni a sentirme orgullosa o superior por haber nacido en él, pero tengo la sensación de que corren vientos confusos, y sintiendo uno la tentación de que todas estas consideraciones sobre las letras de las matrículas no son más que gilipolleces o ganas de crear polémicas sobre la nada, uno se calla, y se calla la mayoría de las veces para no tener que explicar algo que ya es tedioso: que uno está a favor de todos los idiomas, de las tradiciones que al parecer es tan importante conservar, que uno está a favor de que otros tengan raíces, aunque uno personalmente prefiera no tener demasiadas, que uno está a favor de todo, que sííí, pero pelearse por una letra, dicho sin ánimo de molestar, le parece a uno una estupidez. Vamos, que a mí la M de Madrid no me excita demasiado.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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