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No por mucho alardear, amanece...

JAVIER MINACuando hay armas y uniformes de por medio resulta difícil tomar lo militar por civil y así pasa lo que pasa: la fiesta se convierte en un somatén, el pueblo corre en armas -o en zapatillas- a defenderse de quienes por pensarla distinta ya no son del mismo pueblo, aunque lo sean, y menos si vienen apoyados por la consiguiente patulea de mercenarios -hay monedas más gratas para el ego que las contantes y sonantes- que entienden defender allí la más acendrada de las tolerancias. ¿Fuenterrabía, perdón, Hondarribia es una fiesta? Puedo entender que frente a semejante enconamiento -a los miembros y miembras de uno y otro Alarde sólo les falta arremeterse a escopetazos- parezca frívolo decir que hay fiestas que a uno le importan un pito y hasta un pífano o una flauta, porque no es cuestión de género sino de no entender que para festejar algo haya que pegar tiros, encuadrarse en batallones y nombrar generales, cantineras y chusqueros.

Lo lamento, pero cuando se tiene el mantel por bandera resulta imposible defender ninguna otra, aunque sea de broma. A lo sumo cabe intentar perquirir por ver si detrás de las muchas que se enarbolan no habrá materia más de risa que de pugna. No se trata ahora de descalificar como tradición a una que se remonta a poco más de cien años -aunque entienda poseer una legitimidad de siglos al conmemorar acontecimientos que los cuentan-, o que, por mejor decir, huele a recién inventada, ya que entonces nos quedaríamos prácticamente sin ninguna: ¿de cuándo data la costumbre sanferminera, aunque australiana, de tirarse de cabeza de la fuente de la Navarrería? ¿De cuándo Marijaia? ¿Y el cañoncito de Semana Grande que también quema su pólvora en chimangos? ¿O no es una arraigada tradición que Ordizia gire alrededor del queso cuando el concurso se puso en órbita anteayer?

Desengañémonos, las tradiciones no datan, como los vascos, por lo que las tradiciones vascas no datan al cuadrado. Aunque cuando las tradiciones vascas se refieren a Hondarribia no hay potencia que las ampare porque el lío resulta morrocotudo. Resulta que los partidarios de incorporar mujeres como soldados, es de-cir, los defensores de la novedad, serían los verdaderos integrantes del Alarde tradicional, mientras que los partidarios del Alarde de siempre, al privatizarse para que no tuvieran efecto las presiones exteriores que les obligaran a otra mujer que no fuera la cantinera, serían los más nuevos o recientes, es decir los menos tradicionales, y ello pese ser quienes com-ponen el Alarde tal y como parecen entenderlo de antes y mayoritariamente los del pueblo. Lo dicho, un lío, aunque lo más penoso de todo sea el enfrentamiento entre unos y otros. Un enfrentamiento que, por otra parte, no hace sino revivir de la manera menos festiva y más bélica posible aquella resistencia contra el francés, lo que, además de dar su verdadera tradicionalidad al evento nos da una pista sobre la posible solución del conflicto. Bastaría con incorporar a los festejos un tercer alarde compuesto por franceses y majorettes para que se revolviesen las tripas del pueblo en su conjunto y acabaran hundiendo al invasor en el Bidasoa, con lo que podría dar comienzo otra tradición cuyo único peligro radicaría en que de repente todos los hondarribitarras quisieran ser franceses o majorettes y todos los franceses, cantineras, mientras que las majorettes pugnarían por volverse escopeteros o buzos.

Pero no sería nada comparado a otros elementos que concurren ya en el actual fregado. Algunos y algunas de los que alientan el Alarde mixto e integral provienen de las filas de partidos que no saben de la tolerancia más que ésta que aquí piden, mientras, en el otro campo, tolerantes de otras lides, no pueden resolverse a serlo en ésta y tachan al conjunto de aquellos-as, de españoles, devolviendo el mismo insulto (?) con el que parte de los-las de allí trata habitualmente a parte de los de aquí. Por no mencionar a los pacifistas de uno y otro bando que le tienen cogido el gusto a la escopeta. Y todo esto ocurre en un país que tiene verdadero miedo a enfrentarse a quienes disparan de verdad. Lo siento pero yo me voy de cantinera. O de san Bernardo. Lo digo por el barrilito.

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