Donde falla la Ertzaintza
Cuando un chico que detesta las excursiones adquiere en una misma semana cinco bombonas de cámping gas, algo no encaja. Si otro compra 50 kilos de cohetes y no hay fiestas a la vista, tampoco resulta normal. Las llamadas que recibe la Ertzaintza de los dueños de comercios de localidades tan pequeñas que nada se puede ocultar podrían ser pistas valiosísimas para evitar sabotajes; sin embargo, no lo son. Los agentes toman nota, garantizan la confidencialidad del comunicante y le dan las gracias. Después, se cruzan de brazos. "Ahí es donde fallamos nosotros", admite el ertzaina Teo Santos.
"Mucha violencia callejera se podría evitar si se nos permitiera actuar. Porque, ¿de qué vale que después de un delito acudamos 20 ertzainas? Ni aunque vayamos 40. Lo lógico es que al menos 10 pudieran dedicarse a la investigación previa que impidiera el suceso", argumenta.
Este sindicalista asegura desconocer los motivos que impulsan a la Consejería de Interior del Gobierno autónomo y a los mandos de la Ertzaintza a distribuir el trabajo de esa forma y no de otra. Ni siquiera pestañea cuando recuerda que nunca hubo tregua para la kale borroka. Que los nacionalistas firmaron en Lizarra un periodo provisional sin asesinatos, pero el entorno etarra continuó activo en las calles. ¿Intentaba ETA recordar incesantemente su poder a través de los jóvenes? ¿Por qué el PNV no reaccionó con severidad? No contesta.
Sólo reconoce, y lo hace con rotundidad, que aquella impunidad ha contribuido a la actual fiereza de estos jóvenes, a su prepotencia: "Sin duda. Hemos sembrado vientos y ahora tenemos que aguantar la tempestad".
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