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Tribuna:ASTE NAGUSIA
Tribuna
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El sonómetroPEDRO UGARTE

Implacable se está mostrando la administración local con los ruidos nocturnos: precinto de bafles, medición de decibelios, inspectores provistos de sonómetros, riguroso control del volumen de la música aquí y allá. A pesar de la intensa actividad de policía (en el sentido más etimológico de la palabra) parece que sólo cuatro o cinco locales han sido intervenidos. Hay una conclusión obvia en este asunto de moderar el nivel general de la charanga: que los que quieran trasnochar no por ello van a dejar de hacerlo, pero a cambio es muy posible que los que quieran dormir sí tendrán la oportunidad de olvidarse de todos los demás. Es una paradójica consecuencia de considerarnos cada vez más europeos.La sensación general es que la fiesta no ha perdido enteros debido a la mera bajada de decibelios. Baja el ruido, pero la fiesta sigue por todo lo alto. Sólo ejercita una nota discordante la asociación de hostelería, que se queja de los privilegios que asisten a las txosnas. Y no es que uno esté muy al tanto de la polémica, pero parece francamente fastidioso que un buen empresario se pase el año pagando impuestos para que luego, en la semana de caja más abundosa, le crezcan los enanos.

Por otra parte, uno está a favor de los enanos (léase txosnas) sin los que las fiestas en cualquier punto de Euskadi ya no serían lo mismo. Habría en consecuencia que controlar, y desde luego muy seriamente, qué txosnas, liberadas de tantas obligaciones fiscales, guardan en su seno fines no lucrativos, y qué otras juegan simplemente un papel empresarial. Nos tememos que este delicado deslinde será más complicado que el que realizan los sonómetros con el nivel de ruidos.

Por lo demás se percibe en la presente Aste Nagusia unos saludables niveles de convivencia. Claro que decir algo parecido, en este país, es como una invitación al asalto. El nivel de decibelios político-callejeros resulta de momento francamente bajo, aunque aún faltan momentos estelares en que puede armarse follón. En general, conviene no felicitarse por lo bien que van las cosas (unas fiestas o cualquier otra circunstancia) porque eso, en Euskadi, representa una auténtica imprudencia. Crucemos los dedos, que es un ejercicio inútil, pero bienintencionado.

El sonómetro particular del que esto escribe detecta unos niveles aceptables de contaminación político-ambiental. Acorde con la bajada de la música, los tifones callejeros de Euskadi no azotan Bilbao de momento. La gente parece bastante preocupada en pasarlo bien y no están las masas muy predispuestas a ayudar a los políticos a seguir complicándolo todo. Que incluso los inspectores dotados de sonómetro no se perciban como un cuerpo represivo es todo un signo de normalidad en el paisito. Nunca se vio semejante maravilla.

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