La verdad está ahí fuera
El Archeologic Research Group de Halifax (ARGH) ha emitido un informe desde Washington y sus palabras han sido claras, coincidiendo con el People United Archeologic Jump (PUAJ). El descubrimiento es importante: nada más y nada menos que un asentamiento vasco de los tiempos de maricastaña, unas preciosas ruinas compuestas de túmulos funerarios tal vez llenos de tesoros, unas piedras que hasta ahora han permanecido ocultas a los ojos de todos y aún siguen ahí, inmutables, preservando las momias del inexorable paso de los años. Estamos hablando del yacimiento arqueológico vasco que nos puede aclarar nuestro origen. Ahí es nada. No obstante, existe un problema para recuperar las importantísimas ruinas vascas, porque se hallan en un lugar singular. Nada más -y nada menos- que bajo nuestro recién construido Museo Guggenheim.¿De qué magnitud es el yacimiento? No se sabe. ¿Resolverá acaso tantas y tantas preguntas que los vascos nos plateamos en este comienzo de siglo? No se puede afirmar con seguridad. ¿Nos arrepentiremos de encontrar lo que durante tanto tiempo buscamos? Tal vez. El caso es que el enorme ballenáceo de titanio que varó un buen día en la ribera del Nervión esconde, bajo su peso de cultura moderna, los rastros de los primeros pobladores vascos de Bilbao. En otras palabras, que bajo un yacimiento de titanio se encuentra otro de historia primitiva. El descubrimiento podría ser de tal magnitud que, de confirmarse, habría que celebrar un nuevo aniversario de la ciudad que se remontase a unos miles, o tal vez millones de años.
El New York Times se ha hecho eco del extraordinario asunto, hasta el punto de afirmar, en su editorial, que: "Los vascos deben decidir ahora si desmontan el Guggenheim piedra a piedra y lo trasladan a las afueras de la ciudad para recuperar aquello que forma parte de su identidad arqueológica. Algunos hablan ya de derribar el museo sin contemplaciones, mientras que otros prefieren derribarlo contemplándolo. Pero la inmensa mayoría se pronuncia a favor de un sistema menos expeditivo, a lo largo del cual los obreros especializados descoserán una por una las planchas de titanio y las llevaran bajo el brazo unos cuantos metros más allá, donde volverán a coser las planchas con hilo de pita, como si de un vestido metálico de faralaes se tratase".
Desde Atapuerca, las voces de Arqueólogos Sin Fronteras (ASF) suenan débiles, dada su lejanía con la capital económica vasca, pero aún así es posible recoger su susurro, que, más o menos, viene a decir: "El hombre de Atapuerca era un viajero impenitente. Quién nos dice si en algún momento no se acercó hasta Bilbao para ver el Guggenheim, y luego lo escogió como tumba, aficionado como era a los objetos brillantes. No obstante, hay que valorar los pros y los contras de trasladar el Guggenheim, plancha a plancha, a otro lugar. Tal vez exista un sistema menos agresivo con la arquitectura moderna para recuperar las ruinas prehistóricas". En absoluto de acuerdo con esta opinión, la Archeologic Royal Society of New York (ARSNY), afirma: "Cuando quisimos construir el primer museo Guggenheim en Tejas, encontramos en el subsuelo un asentamiento indio de hace miles de años. Lo quitamos, y bajo él encontramos un asentamiento prehistórico de hace millones años. Lo quitamos también, utilizando las cucharillas del yogur, y bajo él encontramos petróleo. El efecto dominó valió la pena, y ganamos muchos dólares, así que decidimos cambiar el museo de lugar y construirlo en Nueva York".
Frente a la posibilidad de que el Museo Guggenheim de Frank Gehry sea reinstalado en las afueras de Bilbao, o en otra ciudad vasca, se han levantado las voces de miles -sí señor, miles- de intelectuales que protestan ante la duda. "El Guggenheim forma parte ya de la intrínseca identidad vasca", comenta un famoso pensador bilbaíno que prefiere permanecer en el anonimato. "El Guggenheim de Bilbao es como el bacalao al pil pil o el txakoli. De la misma forma que no hemos de perder la tradición txiquitera de Bilbao, no hemos de perder el Guggenheim, por el cual, como bien dice nuestra canción, nos conoce hasta el papa, y si se descuidan, hasta Clinton".
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